domingo, 13 de diciembre de 2009

D&D 4.0

Probablemente la mayor decepción que he tenido desde que empecé a jugar hace casi veinte años (¡cuánto tiempo ya! da vértigo echar la vista atrás).

No conocí la mítica caja roja de Dalmau, sino que el AD&D fue mi primera incursión en los juegos "oficiales", después de experimentar con reglas de andar por casa y partidas artesanales. Varios años de juego, salpicados por otros tantos de pausa debido a circunstancias personales de los componentes de nuestro grupo , ambientados en los Reinos Olvidados. Aún recuerdo con cariño el caótico sistema: unas tiradas deben ser altas para tener éxito; otras deben ser bajas; los kits de personaje eran un intento de dar variedad a las clases estándar; el THAC0, o GAC0 que se llamó aquí, y su cálculo...

Después de muchos años vino D&D 3.0, seguida casi inmediatamente por D&D 3.5. El sistema de juego se racionalizó. Nació el Sistema D20, simplificando las tiradas. Los personajes eran aún más heróicos que en las ediciones clásicas. Las dotes eran lo que algunos habían soñado para dar un toque peliculero al juego, permitiendo hazañas al alcance de muy pocos; las dotes metamágicas eran todo un descubrimiento para los lanzadores de conjuros; las Clases de Prestigio eran una pasada; las posibilidades de personalizar un personaje eran amplísimas; el Nivel de Desafío de los monstruos era muy útil para diseñar encuentros adecuados a la partida...

Pero también tenía algún que otro problema: las clases de personaje estaban descompensadas; el juego derivaba con demasiada frecuencia en un sajarraja sin sentido, más alla de la consecución de peequis y subir de nivel; había demasiadas tentaciones para retorcer las reglas y maximizar el personaje... Y derivaba peligrosamente a un juego dependiente de las figuras. Y Wizards of the Coast (WotC) no disimulaba, comercializando las figuras oficiales, reglamentos específicos y tableros de batalla.

No tengo gran experiencia de juego en éstas ediciones, pero sus manuales son muy atractivos y las referencias del mundillo son buenas. Ha desplazado al tradicional AD&D, hasta el punto de que las nuevas generaciones no conocen de éste más que el nombre.

Así que la publicación de D&D 4.0 fue una sorpresa. Y una decepción cuando me compré los manuales básicos (lo sé, soy masoquista) y vi que me había gastado una pasta en una bazofia de juego. D&D 4.0 es el despropósito más grande. Han acabado con el juego decano, aquél con el que muchos aprendimos a jugar y amar esta afición. Y han llevado el heroísmo hasta límites insospechados. Esto no tiene por qué ser malo, pero el roleo del personaje desaparece por completo. Los jugadores no tienen una motivación para hacer un trasfondo y desarrollar una personalidad. Las opciones que proporcionan las reglas son insuficientes para dotar de personalidad a un PJ, haciendo de dos magos, o guerreros, o lo que sea, prácticamente copias idénticas. Aparecen los "esfuerzos curativos", que permiten recuperar 1/4 de los puntos de golpe totales, de los que disponen TODOS los PJs independientemente de su y que ¡se recuperan después de un descanso largo!. ¿Para qué entonces gastar recursos en conjuros o pociones curativas? ¿Dónde queda el miedo a perder un PJ en una oscura mazmorra?

Todo chirría. Nada funciona. El movimiento de los PJs se mide ¡en casillas! en lugar de en metros (o pies) por asalto; muchos poderes tiene como efecto empujar al adversario una, dos o tres casillas; todo está orientado a un juego de figuras que probablemente reportará pingües beneficios a la editorial; incluso, previo registro, se pueden utilizar herramientas online para generar el dungeon y llevar la partida...

Como decía antes, esto no tiene por qué ser malo. Pero, ¡que no lo llamen rol!, porque no lo es, es otra cosa. Y no me gusta.

Lo único que me va son las ilustraciones (magro consuelo después de pulirme 120 € en los manuales básicos) y la pantalla del DM, de largo la mejor que he conocido en estos largos años.

Sólo queda rememorar viejos tiempos con el entrañable AD&D, incentivar las partidas con D&D 3.5 y probar quizá Pathfinder, el JdR de Paizo que probablemente nunca llegue traducido a España.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Trafalgar - Biografía de una batalla

De Roy Adkins, Trafalgar ha sido una agradable sorpresa.
Lo pedí en el Círculo de Lectores hace unos meses, en una ocasión en que no encontré nada mejor que echarme al coleto. Y para ser sinceros, al empezar pensé que había sido un gran error: un ensayo histórico sobre una de las mayores palizas recibidas por España en su historia, escrita por un perro sajón... La verdad que no prometía nada y seguí leyendo más que nada para acordarme de alguna madre sajona y de sus hijos herejes.
Pero hete aquí que, si bien el libro está evidentemente centrado en el bando inglés y en la figura de Nelson (mucho Trafalgar, sí, pero de Tenerife se llevó unos cuantos palos y un brazo menos), es interesantísimo desde el punto de vista cotidiano. Refleja vívidamente la dura vida en los barcos de Su Gloriosa Majestad, a finales del XVIII y principios del XIX: condiciones de vida, alimentación, disciplina... Aunque no describe los combates como puede hacerlo Pérez - Reverte en su "Cabo Trafalgar", sí que explica los devastadores efectos de las balas de cañón destrozando gruesos mamparos de roble, haciendo volar astillas por doquier que provocaban aún más estragos que las propias balas.
No entra demasiado en explicar por qué fue tan brillante la estrategia de Nelson o por qué la Flota Combinada fue un desastre completo, lo que se echa de menos. En ocasiones parece que la figura está por encima de los hechos. Y, como ya he dicho antes, los franceses y los españoles apenas son figuras de adorno salvo en los casos en los que tienen algo que ver con Nelson.
La sensación que deja es positiva, pero quizá porque al principio no esperaba nada. Como libro histórico tiene muchas lagunas, pero no sé cuál era la pretensión del autor. Ni siquiera aparece en Wikipedia, por lo que a lo mejor ni siquiera existe...

viernes, 13 de noviembre de 2009

Por fin

El próximo 19 de noviembre se presenta en la librería "Estudio en Escarlata" de Madrid la editorial Saco de Huesos y con ella la 1ª Antología del Certamen Literario Monstruos de la Razón.

Mi relato "El reposo del guerrero" está incluido en la Antología como finalista de la categoría de Fantasía. Como resulta que estaré en Madrid por circunstancias laborales, creo que me acercaré por allí y disfrutaré un poco. A ver si hago unas afotillas.

Ya he recibido la copia que me corresponde como premio. La verdad es que hace ilusión. Espero que no sea el último.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

La Gran Guerra

11 de noviembre de 1918. Finaliza oficialmente la Primera Guerra Mundial, la Gran Guerra o la Guerra de las Guerras.

Tal fue el despropósito, tal el horror en los campos de batalla de Europa, que muchos pensaron que sería la última Guerra de la Humanidad. Los errores cometidos fueron muchos, las carnicerías debidas a ellos fueron innumerables. Verdún, Somme, Gallipolli, son algunos de los nombres que resuenan en la memoria. Largas trincheras donde los hombres sobrevivían como podían; cargas de innumerables masas de carne que eran segadas al son del tableteo de las ametralladoras; miseria, hambre y fango...

Apareció el tanque, el avión se convirtió en algo más que una herramienta de reconocimiento y los aviadores fueron los últimos caballeros andantes. Pero también se utilizó masivamente el gas...

Millones de combatientes murieron. Las fronteras de Europa cambiaron por completo. Desaparecieron tres imperios (alemán, turco, austro-húngaro). Los Habsburgo y los Romanov dejaron de ser dinastías reinantes en sus países después de cuatro siglos. Los Estados Unidos comenzaron el camino a lo que hoy son...

Pero tras la batalla vino el revanchismo. Lo peor de todo no fue que se vivieron cuatro años de pesadilla, sino que se sentaron las bases del victimismo alemán que en gran medida llevó al poder a Hitler.

Y lo que fue una pesadilla se convirtió en algo menor comparado con lo que habría de venir...

lunes, 12 de octubre de 2009

Ladrón del tiempo

Ayer terminé el último libro de la serie de Mundodisco, de Terry Pratchett, que está traducido al castellano. Hace el número 26 de la serie y lo colocaría en un término medio en cuanto a calidad y jocosidad. La idea no deja de ser atractiva, como siempre (la construcción de un reloj que detendrá el tiempo y provocará el fin del mundo),  pero creo que flojea un poco en la trama.

Encontramos a la Muerte, con sus colegas Peste, Hambre y Guerra. Además somos testigos de que anteriormente no eran Cuatro, sino Cinco, los Jinetes del Apocalipsis. Los celos y diferencias creativas hicieron que el Quinto miembro dejara el grupo. ¿A qué me recuerda esto? Las escenas con ellos son de lo mejorcito que nos vamos a encontrar.

Conocemos también a los Monjes del Tiempo, cuyo cometido es vigilar el correcto despliegue de la Historia, y desarrollarla correctamente o arreglarla en caso de necesidad. Aquí tenemos quizá al mejor personaje del libro, Lu-Tze, un Barredor que esconde más de lo que aparenta. Hay un tufillo a película de Hong-Kong que está muy bien.

Lamentablemente no me llevo bien con Susan Sto Helit, la nieta de la Muerte. Aunque tiene un papel no muy principal, me cuesta que me caiga en gracia.

Como siempre, hay una idea de fondo en el libro. En este caso es un elogio a la creatividad individual del ser humano, frente a los modos encorsetados de pensar de las masas (el yo frente al nosotros). Los Auditores son los enemigos, los nosotros, fieles a la lógica y a la ley, pero faltos de humanidad por no tener consciencia de individualidad.

Como siempre, hay una serie de brillantes y originales ideas, que lucen como pequeños detalles entre las páginas del libro. Ya quisiera yo tener la décima parte de la imaginación de Terry para proponer lo nunca visto.

No sé, le daría un aprobado alto, pero sin llegar al notable. En todo caso, imprescindible para los Pratchettianos Fundamentalistas.

martes, 29 de septiembre de 2009

No pudo ser

Pues no.

No he podido colocar ninguno de los tres cuentos (Carcelero fiel, Daño colateral y El demonio en la botella) entre los finalistas al II Certamen Monstruos de la Razón 2009.
Mentiría si dijera que no estoy decepcionado. Si bien soy consciente de que los dos primeros serían considerados, en el mejor de los casos, unas agradables curiosidades, el tercero creo que está bastante bien. Probablemente no sea demasiado original, pero sí correcto.
Además, durante la fase de votaciones los comentarios a los cuentos han sido bastante positivos, lo que hizo que creara unas expectativas que no se han visto cumplidas.

Este año las votaciones han sido poco ágiles. El año pasado debí votar a cerca de 80 relatos, mientras que este año han sido 10. La espera a la asignación de grupos ha sido demasiado larga en mi caso, del orden de 8-10 días. Por eso hay muchos relatos finalistas que todavía no he leído. Los leeré todos para votar a los cinco que considere mejores en cada categoría, pero de momento puedo decir que los hay muy buenos y que hay también al menos dos que me descolocan. Uno de ellos en particular ha tenido una serie de comentarios algo negativos, pero ha sido seleccionado por el jurado (demostrando una vez más que suelen ir contra el común de los gustos).

Llego a dudar de mi criterio, pero opino que un relato debe ser atractivo, estar bien escrito, carecer de faltas de ortografía o de gramática y, en el caso de este tipo de cuentos de longitud reducida, tener algo que llame la atención, la guinda: un giro final, sentido del humor... En cualquier caso me resultan difíciles de leer relatos en los que las tildes brillan por su ausencia o hay faltas de ortografía que no deberían darse en personas que se presentan a un premio. Pasar un corrector ortográfico está al alcance de todos, si los conocimientos fallan. Por eso me resisto a otorgarles una alta puntuación, aún en el caso de que la idea sea interesante. Y por eso no me gusta que se seleccionen este tipo de escritos. Pero claro, para gustos hay colores.

No me queda más que felicitar a todos los finalistas y tratar de hacerlo mejor el año próximo.

lunes, 21 de septiembre de 2009

¡Campeones de Europa!

¡Por fin lo hemos conseguido!

La mejor generación de baloncestistas que haya tenido nunca España se ha proclamado campeona de Europa ayer domingo 20 de setiembre. Y lo ha hecho a lo grande, barriendo de la cancha a Serbia y vengando la humillación de la primera jornada.
Probablemente debamos agradecer gran parte de este título a esta primera derrota, que sirvió para darnos cuenta de que este año tocaba sufrir. Y asi fue hasta que se humilló a una deprimida Lituania para posteriormente pasar por encima de Polonia, Francia y Grecia.
Hemos sido testigos, en esta segunda parte del campeonato, del mejor juego desplegado por el Equipo Nacional desde el mundial de Japón 06 con el paréntesis de la final de los Juegos Olímpicos de Pekín 08. Pero por primera vez en mucho tiempo hemos visto como nunca sus debilidades y tambalearse ese núcleo cohesionado que todos los especialistas señalan como el secreto del éxito.
Tiempo habrá para los análisis. Probablemente el equipo estuviera descompensado desde el inicio, obligado a jugar con Rudy y Navarro frente a equipos con un tres alto (Nachbar, Turkoglu, Diaw). Finalmente se ha solventado la papeleta adecuadamente, pero el roto pudo haber sido de consideración.
Probablemente también estemos asistiendo al punto máximo de rendimiento de este grupo. La cuesta abajo se vislumbra en el horizonte, como no puede ser de otro modo, y Serbia se perfila como nuestro gran rival del futuro.
Por el momento la diferencia entre unos y otros es abismal. El mundial de Turquía del año que viene marcará otro éxito de la selección. A partir de ahí, se verá.

Pero de momento, toca disfrutar.

¡Yo soy español, español, español!

jueves, 17 de septiembre de 2009

¿El fin de una era?

Hoy me lo he pasado muy bien viendo al Equipo Nacional. Ya lo llevo haciendo desde el partido contra Lituania, pero hoy jugábamos contra Francia y Tony Parker.

Pero no estaba nervioso, más bien bastante confiado en la victoria. Francia llevaba 6 de 6 partidos, pero analizando los rivales (Alemania, Rusia, Letonia, Grecia, Macedonia, Croacia) la victoria más abultada fueron 8 puntitos y la masacre de los macedonios. Poca cosa, la verdad. Y estaban cagaos por haber ganado a Grecia y enfrentarse con España. Creo que el factor psicológico estaba claramente de nuestra parte.

Y ahora creo que España no puede perder el Eurobasket. Apuesto por ello. De repente parece que todo ha cambiado, se juega con intensidad atrás y con consistencia en ataque. Hasta Escarrollo utiliza a los jugadores con un poco de cabeza y la rotación se ha reducido a 8-9 jugadores. Incluso está hábil en los cambios y en el timing de los tiempos muertos.

Pero la sensación es agridulce. Creo que el juego de España ha llegado a su punto álgido en la final de Pekín 2008 (porque durante el campeonato ya jugaron con fuego frente a Alemania y China, además del palizón que nos metieron los yanquis) y ahora hemos comenzado la cuesta abajo. El núcleo del equipo tiene 29 años, excepto Rudy y de los jóvenes sólo Rubio tiene una participación importante. Claver y Llull tienen 22 añitos, pero a su edad éstos ya quedaban 5º en el mundial de Indianápolis ganando a los NBA y perdiendo únicamente el cruce de cuartos (qué gran oportunidad perdida: 1º Yugoslavia 2º Argentina 3º Alemania 4º Nueva Zelanda). Como dice Iturriaga, en 2009 comienzan los torneos terrenales de España. Se acabaron las exhibiciones y a partir de ahora tocará sufrir. Además los NBA no vendrán siempre. ¿Cuánto nos queda? Quizá el mundial 2010 por aquello de revalidar título. España pierde mucho sin Gasol (ver europeo de 2005). Los Juegos de Londres pillará a unos cuantos de ellos con 32 años... Disfrutemos porque ésto se acaba.

En el futuro vislumbro a Serbia como gran rival a batir. Con el equipo más joven del campeonato se ha metido en semifinales y se enfrentará a Eslovenia o a Croacia. Tienen grandes posibilidades de colarse en la final. La pera, vamos. Pensaba que llegarían a cuartos de final y ya, pero ahí siguen. Ellos irán hacia arriba y nosotros vamos hacia abajo.

Por cierto, el nivel del europeo está siendo bastante escasito, ¿no?.
Ahora, que gane Turquía y en semis les damos para el pelo.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Un 11 de setiembre

Sin duda muchas cosas ocurrieron el once de setiembre de 2001. Aquí hablaré de dos.
La primera es que ese día viajé a Madrid para una entrevista de trabajo. Tomé el tren nocturno de Gijón a Chamartín y allí amanecí a eso de las 8 de la mañana. Un afeitado rápido en los lavabos de la estación y cambio de ropa en el retrete. Muchas veces he dicho que fue el viaje más triste de mi vida, pues entendía que las posibilidades de trabajar en Asturias se esfumaban con esa entrevista. Finalmente fui seleccionado, incorporándome a mi empresa el dos de octubre de ese año. Si Dios quiere, pronto cumpliré 8 años, pero por fin trabajo en mi tierra.
El otro, evidentemente, es el brutal ataque a las torres gemelas de Nueva York. Recuerdo que el segundo impacto se vio en directo por televisión, mientras Matías Prats contaba lo que estaba ocurriendo. Impactante. Como una película, pero esta vez era realidad. Muchas cosas cambiaron el 11 de setiembre y aún hoy arrastramos esos sucesos.
Otro día 11, esta vez de marzo, sacudió los cimientos de la inocencia española. Pero esa es otra historia.
A todas las víctimas de la barbarie.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Génesis

Pues hete aquí que el título del blog es "Historias de Iramar" y aquí hay un poco de todo menos eso, historias de Iramar. Así que hoy me he decidido a desempolvar los capítulos ya escritos, corregirlos y colgarlos. Pero como son un poco largos (entre 7 y 10 páginas), he pensado que es mejor utilizar Megaupload y que se puedan bajar en formato pdf para su degustación y crítica destructiva.
Y ahora un poco de historia.
Algunos de los escenarios del Ciclo de Iramar aparecen en escritos de principios de los 90. Repasando las hojas amarillentas de mis libretas de papel cuadriculado, se cita la ciudad de Milas en una historia de diciembre de 1992. Por aquella época vivíamos la Edad de Oro de los juegos de rol y habíamos comenzado a jugar de forma regular a AD&D. Fredi era nuestro DM y creo que fue la campaña más divertida que hemos jugado (aunque quizá sea el recuerdo agradable lo que la hace especial). La historia se refiere a mi primer personaje, Justus Massemburg, sacerdote de Cyric con carisma 3 (es lo que tiene sacar cuatro 1 en 4d6).
Poco tiempo después escribí una historia centrada en Iramar para un concurso de Fantasía que organizaba Timun Mas. Ésta, junto a Minotauro, eran las únicas editoriales que apostaban fuerte por los libros de Fantasía Épica. Sin embargo nunca llegué a enviarlo. No me atreví. Pero todavía conservo los originales impresos en una impresora matricial y las ideas generales del relato ayudaron a construir parte de la historia mayor.
Llegamos entonces a 1996, donde comienzo a dar forma más adecuada al Ciclo de Iramar. Bastante irregularmente, por cierto, pues hasta ahora tengo el prólogo y siete capítulos, además de parte del octavo y algunas anotaciones. La última redacción es de 2005, así que comencé este blog tratando de imponerme una periodicidad mayor y una disciplina o algo que se le acerque. Veremos si lo logro.
Y como cualquier mundo de Fantasía debe tener una cosmogonía que se precie, nació Génesis, el prólogo del Ciclo de Iramar. La redacción puede parecer confusa en algunos momentos, pero trato de evocar las crónicas medievales y religiosas, inspirándome incluso en la Biblia. Haciendo un ejercicio de autocrítica, creo que la originalidad de la idea es relativa, siendo generosos un 5 sobre 10, pero doy algunas pinceladas que posteriormente tendrán su importancia en la historia.

martes, 1 de septiembre de 2009

Hace 70 años

1 de setiembre de 1939. Unos soldados polacos disparan a soldados del Reich destacados en la frontera entre ambos países. Ya tenemos casus belli y el resto es Historia.
Evidentemente el episodio nunca sucedió, pero a los jerifaltes nazis les importaba poco. Era el momento de conquistar un poco de Lebensraum, espacio vital, y a quién mejor que a los pobres polacos emparedados entre el gigante alemán y el coloso soviético.
Menos de un mes duró la resistencia polaca, hasta la caída de Varsovia. Su valeroso ejército, escaso de medios, no pudo resistir el empuje de la Wehrmacht y la puesta en práctica de las novedosas teorías bélicas de los militares alemanes.
Fue el comienzo de una guerra de pesadilla. Aproximadamente 60 millones de muertos, entre civiles y militares, en apenas 6 años de conflicto. La primera guerra verdaderamente mundial. La "industrialización del horror". Hoy Alemania, de nuevo unificada, es un país pujante, pero avergonzado de su pasado. Incluso mis compañeros de trabajo alemanes tienen esa percepción. Afortunadamente parece que han aprendido de sus errores. Lo mismo que Japón.
Pero no son sólo ellos los que deberían avergonzarse de lo sucedido. También los "aliados" deberían reconsiderar los hechos y hacer examen de conciencia. Pero en Nuremberg sólo se sentaron los de un bando.
Lamentablemente, la Historia la escriben los vencedores.

jueves, 27 de agosto de 2009

La verdad

La mentira da la vuelta al mundo antes de que la verdad tenga tiempo de ponerse las botas.
Esta frase es el núcleo de "La Verdad", vigesimoquinta novela del Mundodisco del inefable Terry Pratchett. En esta entrega asistimos a la creación de la prensa, con la publicación del Ank-Morporkh Times por parte de William De Worde. Una conspiración destinada a derribar al patricio Vetinari (un hombre, un voto; el hombre es él y el voto es el suyo) sacude a la ciudad y el periódico tratará de descubrir la verdad, chocando con la Guardia del comandante Vimes. Para ello contará con la ayuda de la bella Sacharissa, que se destapará como una aguerrida reportera de neumático aspecto.
Un libro clásico de Pratchett, con momentos realmente descacharrantes y un poso de reflexión que queda después de leerlo (hasta qué punto tiene derecho la prensa a inmiscuirse en la vida de la Ciudad). Como todos, es difícil parar y los momentos de risa floja hacen que los que están alrededor del lector lo miren con sorpresa.
La galería de personajes es también amplia y vemos a nuevos habitantes de la ciudad junto con verdaderos iconos como Y.V.A.L.R. Escurridizo, Nobby Nobbs, Vimes, Zanahoria, Vetinari, el perro Gaspode....la Muerte (por supuesto hablando en MAYÚSCULAS)... Hay además una pareja de delincuentes muy... tarentinianos.
Ocuparía un lugar medio-alto en la ya amplia lista de libros dedicados al Mundodisco. Algunos hay mejores, y bastantes peores.
Grande, Pratchett.

martes, 25 de agosto de 2009

El reposo del guerrero

Éste es el tercer relato presentado al I Certamen Monstruos de la Razón de 2008, en la categoría de Fantasía. Paradójicamente es al que menos tiempo dediqué, escribiéndolo la mañana del último día hábil de presentación de cuentos. No tenía ideas y, como suele sucederme, durante la noche fui tejiendo retazos de la historia. Al levantarme por la mañana, no tuve más que ponerme delante del teclado y escribirla. Salió sola.
Gracias al voto popular fue uno de los 5 relatos seleccionados por el público para llegar a la final, a la que se unirían otros 5 relatos seleccionados por el jurado. En la segunda fase de votación, quedó tercero.
Como en el de este año, intenté dar una vuelta de tuerca a un cliché clásico de la fantasía épica. Quedó simpático.
Próximamente aparecerá publicado en papel, en la Antología del concurso.
*****
Se detuvo ante la puerta, dubitativo. Siempre le costaba entrar en estos sitios, pero la lluvia constante y los cada vez más cercanos fogonazos de los relámpagos le ayudaron a decidirse esta vez. Empujó la pesada hoja de madera y recibió en la cara, como un bofetón, toda una amalgama de sensaciones: el olor de los guisos, el tintineo de las jarras, el ruido de las conversaciones, el calor de la chimenea, el sofocante humo…
Con paso firme se adentró en la sala principal de la taberna, buscando un sitio libre. No podía decirse que estuviera abarrotada, pero sí que la mayor parte de las mesas estaban completas. No obstante tuvo suerte, ya que se apercibió de un lugar libre en la barra. Hacia allí se dirigió, sorteando parroquianos. Algunos le dirigían un vistazo curioso, otros arrogante y unos pocos temeroso. A todos respondió con su mirada más fiera, haciéndoles bajar los ojos, amedrentados.
Su ropa estaba calada, y el frío se le había metido en los huesos. Una jarra de revientatripas sería ideal para entrar en calor, así que se la pidió al tabernero cuando éste se dignó a dirigirse a él.
El efecto del primer trago fue tan brutal como siempre. La bebida se abría paso en su interior, abrasándolo todo, haciéndole boquear por la falta de costumbre. Pero después los rescoldos calentaron su viejo cuerpo. Era agradable. Bebía en silencio, sin levantar la mirada de la jarra. ¿Para qué? Ya sabía lo que había detrás de él. Podía sentir los ojos de la gente clavados en su fornida espalda.
Levantó la cabeza con sorpresa. ¿Revientatripas? Fue entonces cuando se dio cuenta de que el asiento libre a su izquierda había sido ocupado. Miró de reojo a su vecino y dio un respingo. Piel de color verde, casi gris por lo macilenta; cara porcina, con ojos pequeños hundidos bajo la prominente frente y el cabello hirsuto; colmillos amarillentos sobresaliendo por entre los labios entreabiertos; brazos musculosos, cubiertos de pelo espeso y negro, con manos como palas, de dedos fuertes. Un orco al fin y al cabo.
Una mirada un poco más detenida reveló los arreos de guerra, cota de malla, cuchillo al cinto, hacha a la espalda. Lo habitual.
Suspiró. ¿Qué puedo perder?
- Una noche de perros, ¿eh? – comentó en tono casual.
Un respingo. Vaya sorpresa, alguien hablaba cerca de él. Removió el brebaje en su jarra, reacio. Una nueva burla. Esto acabará mal de todas, todas, así que por qué no hacer frente. Giró la cabeza para calar al humano. Nariz recta, frente despejada, piel bronceada por el sol, cabello negro hasta los hombros y ojos azules como el cielo… o como el hielo. Sin duda era fornido, pero la piel de sus manos parecía suave en el dorso, si bien apreció que en la palma era más gruesa, seguramente por el roce del cuero y de la empuñadura de sus armas. Una daga pendía en un costado, de buena manufactura; a la espalda, un espadón de buen acero.
Suspiró. Vamos a probar.
- O de orcos –dijo, esbozando una sonrisa que más bien era una mueca en su rostro bestial.
Un momento de vacilación. Después, inesperadamente, ambos rieron la broma. Una risa franca la del hombre, gutural y profunda la del orco. Se miraron, los ojos amarillos del orco y la mirada azul del hombre. Éste levantó su copa, asintiendo con la cabeza. Tras un momento, el orco hizo lo mismo.
- No sé cómo puedes beber eso – hizo un gesto indicando la jarra.
- No está tan mal, si te acostumbras. ¿Un trago?
Deslizó el recipiente en dirección al hombre que, dubitativo, lo tomó en sus manos. Dirigió una mirada al orco, enarcando una ceja y después, casi sin pensar, mojó los labios en el licor bebiendo una pequeña cantidad. Aquello fue sin embargo suficiente para que sucumbiera a un irresistible ataque de tos. Los ojos se le empañaron de lágrimas y su cara se tiñó de un intenso color rojo. El orco le palmeó con firmeza la espalda, para ayudarle a pasar el mal rato.
- Pues no es tan fuerte –dijo con apenas un hilo de voz.
Rieron otra vez, con más ganas. Se relajaron, como quizá no lo hubieran hecho nunca antes. Y comenzaron una conversación que se prolongó durante horas.
Se presentaron, enunciando sus hazañas y las de sus clanes respectivos. Hicieron chanzas riéndose de sí mismos, como la dificultado que tienen los orcos para moverse furtivamente con esas pesadas botas de hierro. Son útiles, sí, para patear algunos culos o abrir alguna puerta de vez en cuando, pero por lo general son más un engorro que otra cosa.
El tiempo y las consumiciones discurrían con tranquilidad. A medida que el alcohol hacía efecto, las conversaciones fueron haciéndose más profundas. En particular, la discusión sobre si las mujeres de los enanos tenían o no barba se prolongó largamente. Incluso pareció en algún momento que iban a llegar a las manos, pero las risas relajaban invariablemente el ambiente.
Clareaba ya el día. Parecía que la lluvia no iba a hacer acto de presencia. Ellos se sumieron entonces en un mutismo, retrayéndose otra vez a su jarra de bebida.
- Bueno, va siendo hora de reincorporarme a mi puesto –dijo el orco con voz bebida.
El otro asintió.
- Yo también. – hizo una pausa, como sopesando las palabras. - ¿Qué tal si te acompaño un trecho?
Apoyándose el uno en el otro salieron de la taberna que, a estas alturas, estaba vacía. Hablaban en susurros y, de vez en cuando se les escapaba alguna risilla floja.
De esta guisa llegaron a la puerta y salieron al exterior. El suelo estaba húmedo, pero el cielo parecía despejado. Sería un día agradable, cálido y soleado.
Con paso vacilante descendieron por el camino un trecho largo. Cantaron canciones de sus pueblos y rieron despreocupadamente. Llegados a un descampado se detuvieron, estrechándose las manos con fuerza y deseándose suerte. Después se dieron la espalda, dirigiéndose cada uno a tomar su posición en su ejército. Sin duda, sería un día agradable para morir.

lunes, 24 de agosto de 2009

Inmigrante

En la categoría de Ciencia Ficción del I Certamen Monstruos de la Razón de 2008 presenté este cuento, Inmigrante. Viéndolo hoy, sea probablemente el más flojo. Traté de escribir una historia clásica de robots, pero el aroma a Bladerunner y a las historias de Susan Calvin es demasiado acusado. He tratado de arreglar algo el tema, manteniendo su estructura y corrigiendo algún fallo gramatical y ortográfico, pero sigue sin satisfacerme.


*****
-Ya se lo he contado quince veces, señor –sus ojos miraron al funcionario que estaba frente a él, sin siquiera un parpadeo.
-Pues tendrás que contármelo una más –dijo malhumorado, al tiempo que echaba una ojeada fugaz al espejo que tenía enfrente, donde sus compañeros, sin perder detalle, tomaban nota de todas y cada una de las reacciones del interrogado. -¿Cuándo tomasteis contacto con la flota?
-Hace casi diez meses estándar. Nueve meses y veinticinco días, para ser exactos, señor. –suspiró. ¿Por qué le hacían repetir una y otra vez la misma historia?
-Bien, chico. ¿Qué tal si me cuentas qué fue lo que pasó?
-La tripulación detectó una pérdida de presión en el interior del carguero, señor. Probablemente una fisura, aunque la fuga era más importante de lo que inicialmente se pensó. Nos acercábamos a su mundo capital, apenas sobrepasada la órbita del más exterior de sus gigantes gaseosos. En ese momento la tripulación debió decidir activar la radiobaliza de emergencia. –prosiguió, con su voz monótona, carente de matices; hablaba el galáctico con un extraño acento.- La temperatura fue descendiendo acusadamente, hasta llegar a ser incompatible con la vida; sólo se mantuvo la atmósfera en la cubierta de carga que mis compañeros y yo ocupábamos.
-¿Puedes explicar eso?
-No, señor. –meditó unos instantes.– Quizá, por fortuna, los mamparos de los compartimentos estaban cerrados y eso evitó la salida del aire.
Se miraron, tratando cada uno de descifrar la expresión del otro. El funcionario fue el primero en retirar la vista.
-¿Cuántos erais? –preguntó, al tiempo que se repantingaba en el sillón.
-Doscientos cuarenta y seis, señor.
-¿Qué sucedió luego?
-Tras un tiempo que no puedo cuantificar, el equipo de rescate dio con nosotros, señor. Nos hizo salir del compartimento que ocupábamos y nos trasladó a su propia nave. En el hangar nos agrupó y nos asignó unos cubículos, también en su zona de carga.
La pausa en este momento se hizo más larga. El funcionario parecía meditar la siguiente pregunta.
-Si estabais incomunicados en el carguero, por fortuna para vosotros como has dicho, ¿cómo supiste que sucedió lo que me has explicado?
-Lo oí en el campamento de refugiados, señor.
-Ya veo.– hizo unas anotaciones en su agenda de mano, que se transmitían instantáneamente a la sala central de control. - ¿Qué pasó allí?
Entrelazó las manos antes de contestar, jugando con los pulgares. Parecía estar reprimiendo algún recuerdo.
- Pasamos allí dos meses, señor. Cuarentena, nos dijeron, pero era evidente que no sabían qué hacer con nosotros. Nos tuvieron incomunicados la mayor parte del tiempo, pero cuando alguno de los guardias se dignaba acercarse a nuestro barracón, era todavía peor. Venían en grupos de tres o de cuatro. Se sentaban frente a nosotros, fumando, y se reían. Decían que pronto nos devolverían a nuestro sistema de origen, que no querían escoria en su mundo.
-¿Eso decían?– una nueva mirada al espejo, antes de continuar- ¿os agredieron?
-Físicamente no, señor, pero cuando decíamos que sólo queríamos ganarnos la vida, nos contestaban que los nativos tenían derecho a trabajar y nosotros veníamos a quitarles el trabajo. No entendíamos por qué, señor.
Más anotaciones en la agenda. Más datos a transmitir.
-¿Y luego? ¿Qué pasó después de la cuarentena?
Otra vez esa palabra. ¿Por qué seguir utilizándola si era un mero eufemismo? ¿Por qué no llamar a las cosas por su nombre?
-Nos destinaron a las minas del cinturón de asteroides, señor. Una mañana vinieron y nos hicieron formar en el patio. Recuerdo que hacía mucho sol y algunos de nosotros no lo soportaron bien. Pero nos mantuvieron así hasta que llegaron los transportes. Nos hacinaron en ellos como a ganado y nos llevaron derechos al espaciopuerto más cercano. –Una nueva pausa, como queriendo asegurarse de que su interlocutor captaba todos los matices.– Allí nos fue bastante peor, señor. Las condiciones de trabajo eran muy duras. Las diferencias de temperatura eran extremas, la atmósfera corrosiva de la mina era tan fuerte que los equipos de protección eran insuficientes y la jornada era interminable. –Otra pausa, pensativo.– Pocos de nosotros fuimos capaces de soportarlo. Al principio, al hacer el recuento de cada jornada, faltaban uno o dos compañeros. En los últimos días, eran cinco o seis, señor.
-¿Cuántos fuisteis enviados de vuelta, chico?
-Veintisiete, señor. Doscientos diecinueve se quedaron en aquel infierno para nunca más volver.
Un nuevo garabateo, otra transmisión de datos.
-Pero después de eso fuisteis recogidos por una nave del Departamento de Inmigración, ¿no es verdad? Se os devolvió al campo de refugiados a la espera de un nuevo destino, con las disculpas del Gobierno. Incluso se os facilitaron cabinas individuales.– enarcó las cejas, mientras abría las manos pidiendo su aprobación. – Recibisteis un mejor trato…
-Sí, señor.
-Bien, chico. Ahora volverás a tu habitáculo a la espera de la resolución de esta entrevista y de tu destino definitivo. ¿Algo que añadir?
-Sí, señor. Si a usted no le parece mal…- dejó de jugar con los pulgares y levantó la vista al techo, antes de continuar.– No entendemos lo que ha ocurrido, señor. Nosotros sólo queremos trabajar.
-Queda anotado, chico. Ahora, para el registro, dame tu nombre.
-Lukas, señor.
-¿Número?
-Doscientos quince, señor.
-Ajá. Una última pregunta antes de irte. ¿Qué es lo que se te pasa por la cabeza hacer ahora mismo?
El funcionario le miró a los ojos y allí estuvo. Un fugaz destello iluminó sus iris, tan breve que parecía que nunca se produjo, aunque la voz se mantuvo carente de inflexión al contestar.
-Vengarme, señor, empezando por usted y terminando por todos los demás nativos de este mundo.– Nada más. Ni un gesto.
-Entiendo.
Con gesto deliberadamente lento sacó de debajo de la mesa un bláster ligero, apuntándole a la cabeza. No hubo resistencia, antes de que el haz de energía impactara de lleno en su cara. Cuando el humo se hubo disipado la mitad había volado. Los ojos se apagaron; los servomecanismos de simulación de expresión estaban a la vista; los músculos sintéticos, sin recibir señales del cerebro evaporado, fueron incapaces de mantener por más tiempo erguida la cabeza, que cayó sobre el pecho.
-¡Que alguien venga a limpiar esto!– dijo el funcionario. Miró al espejo, donde estaba seguro que alguien le escuchaba.– Otro más. A este paso tendremos que eliminar a todos los LKS. Habrá que estudiar cómo se ha producido esa alucinación en ellos, probablemente un fallo en su cerebro positrónico, pero está claro que no podemos permitir que sean comercializados a particulares ni usarlos en funciones en las que tengan que estar cerca de un ser humano. La sensación de maltrato es tan fuerte en ellos que hay un odio latente hacia nosotros que los hace peligrosos. ¡Inmigrantes, qué disparate!
Para cuando los droides de limpieza llegaron a la sala de interrogatorios ya había abierto un nuevo fichero para el siguiente: LKS-216. Aún quedaba mucho trabajo por delante hasta comprobarlos a todos.

sábado, 22 de agosto de 2009

Mañana lo dejo

Una vez colgados los tres relatos de 2009, comienzo a colgar los enviados al I Certamen Monstruos de la Razón. El de hoy corresponde a la categoría de Terror. Fue en el que más trabajé y en el que más esperanzas tenía depositadas. Sin embargo, no caló ni en el público ni en el jurado. He hecho algún cambio menor sobre lo presentado.


*****
¿Cuántas veces lo has oído decir a alguien? ¿Cuántas veces lo has dicho tú?
Yo mismo lo he hecho por lo menos cuatro o cinco veces, cansado ya de depender de un vicio como éste, incapaz de resistirme a él. No, no me mires así. No creas que no me importa lo que la gente dice de mí. Y lo peor es que tienen razón.
Aún recuerdo cuándo empecé con esto, hace ya unos cuantos años. Era joven, impresionable, quería parecerme en todo a mis nuevos amigos. Evidentemente lo conseguí, a mi pesar. Desde entonces no puedo deshacerme de este hábito que vosotros encontráis, cuando menos, molesto. A decir verdad a mí tampoco me apasiona pero, ¿qué puedo hacer?
Creo que soy algo así como un consumidor social. Sí, amigo mío, seguro que sabes de lo que hablo. Puedo estar limpio durante un tiempo, claro que sólo con una gran fuerza de voluntad y haciendo grandes sacrificios, para que todo se venga abajo en una sola noche. Ya sabes, donde fueres haz lo que vieres y todo eso. En el fondo creo que necesito que me acepten y, en los círculos en los que me muevo, con todas esas fiestas y largas veladas sin propósito, acaban surgiendo infinidad de oportunidades de sucumbir.
Sí, claro que he intentado dejarlo. ¿No te lo crees, verdad? Haces bien, yo tampoco lo creería si fuera tú. Pero es cierto. Y es condenadamente difícil.
Mira, esto funciona así: un día te levantas con el pie cambiado, algo que te lleva a cuestionar todo eso con lo que llevas tanto tiempo conviviendo. Te dices a ti mismo que esto no puede seguir. Buscas algo que te permita otra salida, lees libros de autoayuda, hablas con gente, incluso intentas dejar de frecuentar los sitios a los que vas, conocer a otras personas. Pero nadie puede ayudarte porque la fuerza de voluntad tiene que salir de dentro de ti y si no la encuentras no hay nada que hacer. Entonces te mentalizas, formas una coraza a tu alrededor y piensas que ya está solucionado. Pero soy débil, tengo que reconocerlo. Me abandono. Casi diría que me desenfreno. Y luego vienen los remordimientos. Es lo peor, porque durante unos días no dejas de darle vueltas a las cosas. Y ya está hecho, no hay vuelta atrás. A lo hecho, pecho, ¿no? Si eres suficientemente adulto para caer en el vicio, hay que serlo también para afrontar las consecuencias, así que de nada vale lamentarse.
Este ha sido mi caso. Y cada vez aguantas menos en tu propósito de enmienda, te lo puedo asegurar. Ahora llevo más de dos semanas limpio. Está siendo horrible. Cada noche se hace interminable, es imposible descansar mientras trato de pasar el tiempo oyendo música, leyendo, fumando, lo que sea para tratar de no pensar en ello. Tengo dolores de cabeza continuos, como si me clavaran puñales en el cráneo, tan intensos que a veces tengo alucinaciones Y sed, sobre todo tengo sed.
Por eso estamos aquí, querido, para saciar mi sed. Y resulta que tu sangre es lo único que puede calmarme.
Lo siento por ti, porque no tienes la culpa de que yo sea como soy, lo que soy, y por tu mala suerte al encontrarme aquí. Cuando vi la buena noche que hacía decidí salir a pasear un rato a airearme. Pensé que si elegía las calles más solitarias, no habría ningún problema., me alejaría de la tentación. Funcionaba hasta ahora.  Si no te hubieras acercado para preguntarme la hora tendría que haber aguantado una noche más.
No temas, apenas sentirás nada. Cuando hunda mis dientes en tu cuello será como apagar la luz y echarte a dormir. Sin dolor. Te lo prometo.
Además, ¿sabes qué te digo? Mañana lo dejo.
Palabra.

jueves, 20 de agosto de 2009

Daño colateral

Cuelgo hoy el tercer relato presentado al II Certamen Monstruos de la Razón, esta vez en la categoría de Ciencia Ficción. No es muy largo y la idea tampoco es original, pero he intentado tomármelo con un poco de humor.



*****
Pasó la tarjeta de identificación por el lector electrónico que, tras unos instantes, abrió la esclusa dejándole paso libre. Ya comenzaba a agobiarle tanta seguridad. Todos los días, cada descanso, cada cambio de turno, era un suplicio debido a la infinidad de controles que debía pasar para llegar a la zona de descanso desde su lugar de trabajo. No estaba sorprendido, en cualquier caso, ya que las amenazas de sabotaje eran continuas en un proyecto de estas características.

Llevaba ya más de dos años trabajando día sí y día también, con turnos de dieciséis horas y apenas una decena de días libres en todo ese período. Como la inmensa mayoría de sus compañeros, había sido reclutado en su planeta natal y llevado al astillero en el que comenzó a construirse la superestructura. Catorce meses después, con los sistemas de navegación y propulsión totalmente operativos, la gigantesca nave abandonó las instalaciones con más de veinticinco mil trabajadores a bordo que continuaron con sus labores diarias. Pero la paga era buena y tenía pocas oportunidades de gastar, así que…

Se decía que los militares se estaban haciendo cargo de los sistemas de control tan pronto como estaban terminados. Y aunque pocos se atrevían a decirlo en voz alta, y nadie tenía pruebas de ello, los ingenieros de alto nivel implicados en los sistemas y subsistemas primordiales habían ido desapareciendo. Según se comunicó a los trabajadores a su cargo, se habían retirado y disfrutaban de un merecido descanso en alguno de los planetas de recreo más conocidos.

Los trabajos estaban a punto de finalizar. Las primeras pruebas de funcionamiento habían resultado satisfactorias y se estaban puliendo los últimos detalles. Su labor estaba en las últimas etapas del proceso y por primera vez en muchos meses disponía de algo de tiempo libre.

Caminaba con ligereza por los pasillos pasando de cuando en cuando los sempiternos controles, algunos de los cuales contaban con puestos de guardia militar. De hecho, si echaba un poco la vista atrás, los controles militares eran cada vez más numerosos y sustituían a gran cantidad de controles civiles.

Había bastante movimiento de tropas en el interior del enorme complejo, principalmente de infantería pero también habían visto unos cuantos centenares de pilotos de combate. Se decía que llevaban una escolta de varios destructores estelares, pero no era más que un rumor por confirmar, ya que no había mamparos que tuvieran visión al exterior ni los trabajadores tenían acceso a las salas de control y detección. Incluso se rumoreaba que el mismísimo Comandante Supremo se encontraba a bordo de uno de los destructores. No obstante el rumor parecía exagerado, pues nadie en su sano juicio se enfrentaría a la potencia de fuego de la estación de combate, aún sin estar plenamente operativa, así que la necesidad de una escolta tampoco estaba clara.

Llegó a la sala comunal donde saludó sin detenerse a algunos conocidos. Recogió uno de los ejemplares del periódico que se editaba diariamente para mantener entretenidos a los trabajadores y que con total seguridad estaba convenientemente censurado y extrajo un café con leche, largo de café, en vaso de plástico de la máquina expendedora. Sin azúcar. Se escaldó los labios al probar el café y maldijo para sus adentros.

-¿No te sientas con nosotros, Davey?

- ¡Dame un rato Jonas, voy al tigre y vuelvo a tomarme algo! ¡Llevo tres horas aguantándome y ya no puedo más!

Ambos rieron a carcajadas y se llevaron la mano a la sien, emulando un saludo militar. Davey se dirigió entonces a los lavabos y entró en un cubículo vacío. Bajándose los pantalones, se sentó en el retrete y abrió el periódico por las páginas de deportes con un gruñido de satisfacción.

En ese mismo momento, por uno de esos azares del destino, se produce un hecho cuya probabilidad es menor que una entre varios millones. El héroe de la Rebelión, sin duda fumado hasta las cejas, oye una voz en su cabeza que le guía a través del conducto de ventilación hasta el reactor principal del complejo. Evidentemente, un incomprensible fallo de diseño básico. Por si esto fuera poco sortea con su destartalada nave las ultramodernas defensas antiaéreas y a la escuadrilla de cazas que se ha lanzado en su persecución, pilotada por la élite de la Flota Estelar. Al acceder al núcleo arroja unas cabezas termonucleares que contra toda esperanza dan en el blanco produciendo una explosión en cadena, y con una potra que seguramente no volverá a verse en mil años accede a otro conducto que le saca del interior de la masa de acero. Ni él se lo cree. Manda narices.

miércoles, 19 de agosto de 2009

El demonio en la botella

Hoy traigo otro relato para el II Certamen Monstruos de la Razón. Esta vez corresponde a la categoría de Terror. La idea vino cuando leía uno de los números de la colección clásica "Joyas Literarias Juveniles" de Bruguera (colección recomendable en todos los sentidos).


*****
Harry Ventour camina a paso vivo.

Vuelve la cabeza frenéticamente a uno y otro lado, mirando por encima del hombro con ojos muy abiertos como si pudiera taladrar el espeso cuerpo de la niebla que sube del río. En voz baja maldice su suerte, que le ha hecho encontrarse en la calle a estas alturas de la última noche del año. No debía haberse entretenido tanto en la taberna de Paddy Maloney, se dice, por muy buena cerveza negra que sirviese y por más que ésta se suba a la cabeza con más rapidez que las faldas su hija Katy.
Está a punto de resbalar en el húmedo suelo, así que se detiene a recuperar el resuello. Las sienes le palpitan al mismo ritmo que su enloquecido corazón, mientras que el sonido de su respiración martillea en sus oídos y una neblina enrojecida se entremezcla con la fantasmagórica niebla. Mira hacia arriba tratando de tranquilizarse, hacia la mortecina luz de un solitario farol de gas, mientras los sonidos parecen amortiguarse antes de llegar a él, envuelto en el blanco sudario.
No por primera vez escucha un ruido como de pasos que se detienen un poco más allá del umbral de su visión. Esforzándose en acallar las palpitaciones, aguza el oído. “Nada”, piensa, “debe ser mi imaginación”. No obstante habla con un susurro que parece expandirse en la oscuridad. “¿Hay alguien ahí?”, dice. Cree oír unas palabras, apenas audibles, en un idioma que desconoce. Mira a su alrededor con ojos temerosos, pero pronto se reprende. “Demasiada cerveza, viejo. En un rato estarás en tu cama y te reirás de todo esto”. Ensaya una carcajada que suena más a un graznido y que no le consuela.

***

Recuerda entonces el calor de la taberna y el agradable olor del tabaco para pipa, el tacto de la jarra de cerveza fría en la mano y el suave toque de la espuma en los labios. Al fin y al cabo no ha sido una Nochevieja tan triste como temía. Se habían juntado los habituales, John Tres Piernas, William Radcliffe, Homer Galloway y él mismo. Se habían hartado de pavo relleno y de frutas confitadas, todo regado con buena cerveza y aderezado con alguna copita de licor. Hasta que poco a poco los parroquianos fueron desfilando y lo de Paddy se fue vaciando. Decidió entonces quedarse y apurar otra pinta, y aún no se había arrepentido lo suficiente.
La vieja Mary Hallaster había entrado tambaleándose, borracha como una cuba. Paddy trató de convencerla para que se fuera a su casa, pero ella armó un escándalo. Gritaba a Paddy todo tipo de improperios y le golpeaba el rostro, tratando de arañarle. El tabernero, molesto, le agarró las muñecas y la empujó quizá un poco más violentamente de lo necesario teniendo en cuenta la edad y las condiciones en que se encontraba la mujer. Mary cayó al suelo, golpeándose duramente las posaderas y provocando las risas de los hombres presentes. Le habría valido más haberse mordido la lengua que decir lo que dijo:

- Vieja, vete a tu casa y no hagas más el ridículo –dijo para a continuación sorber ruidosamente un buen trago de cerveza.

Los hombres redoblaron sus risas y el rostro de la mujer se volvió rojo como la grana. Reuniendo la poca dignidad que pudo, se levantó y le habló. Dios, cómo le habló.

- Harry Ventour, haces mal en reírte de una pobre anciana – le espetó. –Estás ahí sentado, bebiendo cerveza y creyéndote muy listo. Crees que lo sabes todo, pero no es así – rió con su boca desdentada, un sonido muy desagradable por cierto. -¿Sabes acaso que muchos hombres encuentran a su demonio en el fondo de una jarra de cerveza? ¿Eres suficiente hombre para enfrentarte a él?

Y le escupió, apresurándose a salir de la taberna al frío de la noche. Las risas cesaron, mientras todos le miraban limpiarse la cara con el dorso de la manga. Quiso aparentar tranquilidad, pero le temblaba la voz.

- ¡Bah! ¿Quién quiere hacer caso a una vieja loca y borracha? ¡Habráse visto semejante disparate!

Rió, pero nadie le acompañó. Y su risa se desvaneció, como un mal augurio. Se le quitaron las ganas de beber y no volvió a tocar la jarra. De vez en cuando miraba el fondo a través del cristal y en alguna ocasión creyó ver algo. “El cansancio me nubla la vista”, se dijo. Hasta que se levantó, se despidió y se encaminó a su casa.

***

Lo recuerda todo como si acabara de pasar. Y continúa desasosegado. Cuando empieza de nuevo a caminar, después de dos o tres pasos, oye otros por detrás de él. Al principio cree que son los ecos apagados de los suyos, pero luego nota que el ritmo no es el mismo. Se detiene, pero los pasos continúan acercándose a él, sigilosos. Los nota más cerca, si bien no se oyen mejor. Se gira entonces. Nadie. Grita otra vez “¿Hay alguien ahí?” y entonces cree percibir una risa apagada. Su corazón se agita y se lleva la mano al pecho. “¿Hay alguien ahí?”. Se le crispa la garganta. “Harry…”

***

El Times no se hace eco en primera página. Por descontado. Hay que rebuscar en las profundidades del periódico, pero allí está, bien visible a los ojos avisados.

“Aparece muerto el cuerpo de un hombre en el Distrito…”

“…Según las primeras investigaciones, tal era su estado de embriaguez que debió caer al suelo y se golpeó con fuerza la cabeza…La sangre manó profusamente de la herida…No hay señales de violencia….Ojos abiertos desorbitados por el terror…Trató de escribir con su sangre… DEMON…Todo indica un caso delirium tremens que deriva en ataque cardíaco…”

La vieja Mary, arrebujada en un rincón del Albergue para Indigentes dobla con cuidado el periódico y sonríe, los ojos chispeantes, al dejarlo sobre la mesa.



martes, 18 de agosto de 2009

Carcelero fiel

Ha terminado el plazo para la presentación de relatos en el II Certamen Monstruos de la Razón. He presentado los míos a las tres categorías (fantasía, cifi, terror) y os los iré presentando aquí.
Hoy toca el primero, englobado en la categoría de Fantasía. Un guiño al cliché del orco y el elfo.

*****
Dejó resbalar el astil de su alabarda hasta apoyar el extremo recubierto de metal en las losas húmedas del suelo del corredor. Recostando la espalda en el muro, echó hacia atrás el yelmo de hierro y se rascó el hirsuto cabello con un ahogado gemido de placer. Buscó en los bolsillos bajo el coselete hasta encontrar una arrugada bolsa de picadura de tabaco negro y lió un pitillo. Al encenderlo, el humo acre se metió en sus ojos amarillos y le hizo lagrimear y contener un súbito ataque de tos. No se trataba ni mucho menos del afamado tabaco de los elfos, con su agradable aroma y que en alguna ocasión había podido probar, pero era tan fuerte que le hacía sentir vivo. Entre calada y calada dejó vagar libremente sus pensamientos mientras pateaba alternativamente con uno y otro pie para entrar en calor. El eco del golpeteo de las suelas metálicas de sus botas resonaba en sus oídos como un gong, pero estaba acostumbrado.

Estar en retaguardia tenía indiscutibles ventajas. Dormía siempre en un camastro caliente, bajo techo, al contrario que sus compañeros allá en el frente, que muchas veces tenían que aguantar la luz del sol sobre sus precarias tiendas de campaña. Comía el rancho con regularidad y en abundancia, si bien es cierto que con poca variedad en las viandas, pero esto sería siempre mejor que forrajear. Además estaba cerca de su choza y podía escaparse a ver a sus pequeños bastardos durante los escasos permisos de que disponía, y retozar con su hembra.

A cambio se le exigía más bien poco. Como guardia de las mazmorras debía cuidar de los escasos prisioneros que allí se custodiaban. En su cultura guerrera ser prisionero era un deshonor por lo que normalmente se los ajusticiaba en el mismo campo de batalla, pero en ocasiones se capturaba a algunos notables que merecía la pena mantener cautivos para cobrar un rescate o, en el peor de los casos en que se dudara de poder cobrarlo, como fuente de diversión para el clan.

Las incomodidades eran minúsculas comparadas con los beneficios. Estaba seguro de ser un privilegiado y no deseaba gruñir en demasía, no fuera que su sargento se cansara de él y le enviara al frente con un lazo después de apalearle para ablandarlo. No sería el primero ni tampoco el último que tras una tranquila estancia en la guardia se viera enfrentado a una horda de vociferantes guerreros fanáticos en reluciente armadura, con los ojos inyectados en sangre y aullando en su incomprensible lengua, luchando por su vida mientras sus propios oficiales se ensañaban a latigazos en sus espaldas para incrementar su ardor.

Estaba dispuesto a dejar pasar los desplantes de esos prisioneros que, aún estando cargados de cadenas, parecían pensar que eran seres superiores. Reía para sus adentros, pues no era él quien se revolcaba en sus excrementos ni tenía que dormir en una dura cama de piedra en una celda fría y húmeda. ¡Ya podían gritar e insultarle todo lo que quisieran, malditos elfos! Hablaban con palabras altisonantes y lo miraban con desprecio y odio en sus ojos de pupilas dilatadas. Visión en la oscuridad, decían ellos. ¡A otro huargo con ese hueso! Como si estar masticando continuamente hierbas no tuviera nada que ver. Algún día confiscaría uno de esos paquetes que enviaban las familias de los reos y las probaría. Y ya de paso, a lo mejor podía echar mano a alguna botella de fino. Había que reconocer que estos desgraciados sabían cuidarse. En cambio el pan del camino se lo podían meter donde les quepa, tan empalagoso que le dejaba la boca pastosa el resto del día.
Suspiró, echando una última calada antes de apagar el pitillo con un sonoro ¡clang!. Era hora de llevar el rancho al número doce y aguantas sus peroratas. Ya estaba harto de oír que en las naciones élficas un elfo podía medrar por su valía y no por su cuna; o que los castigos corporales y los sacrificios a los dioses estaban prohibidos; o que los magos utilizaban su poder para el beneficio de los demás; o, esto le hizo especial gracia cuando lo escuchó por primera vez, que un macho podía estar seguro de que sus crías eran realmente suyas. Las fantasías del número doce eran incontables y probablemente estaba un poco ido de la olla, pero a veces le hacía reír. ¿Acaso pensaba que se tragaría semejantes bolas?

Miró el reloj de la sala de guardia mientras recogía el manojo de llaves y se ajustaba el casco. Ya quedaba poco para el cambio de turno y volver a casa, un día más. Al fin y al cabo, ¿dónde podía estar un orco mejor que con su familia?

jueves, 13 de agosto de 2009

El Zurdazo

¡Vaya sorpresa!
Resulta que hoy, 13 de agosto, es el Día del Zurdo. Tanto tiempo sometido a la dictadura del diestro y por fin se nos reconoce el sufrimiento de vivir en un mundo al revés.
Aproximadamente el 10% de la población es zurda, y según estudios la esperanza de vida es unos 2 años inferior a la de un diestro. ¿Por qué? Estrés, mayor incidencia de accidentes de trabajo... Todos los gestos cotidianos están pensados para los diestros: conducir, abrir la puerta, comer, manejar un ratón de ordenador, escribir... La iluminación de los locales está pensada para que la luz ilumine el lado izquierdo, así la mano derecha no proyecta sombra sobre lo escrito... Las tijeras, los calibres de medida (probad a medir el diámetro de una tubería con la mano izquierda), tocar la guitarra (habría que cordarla al revés). Son innumerables los atentados al zurdo en la sociedad de hoy en día.
Cuando compré los muebles de mi despacho coloqué la mesa de tal forma que la luz me entrara por la derecha. Todo el mundo me decía que lo había hecho al revés. ¡Ja!
Y parece que somos, de media, más inteligentes y creativos. ¡Qué cosas!
Pues nada, felicidades a todos los zurdos.

jueves, 6 de agosto de 2009

Tal día como hoy

El 6 de agosto de 1945 se arrojó la primera bomba atómica sobre Hiroshima. El arma de mayor poder destructivo de la Historia se presentó en sociedad, para sonrojo de la Humanidad.
Los datos de víctimas mortales varían. Parece que unos 80.000 murieron directamente por efecto de la explosión, y posteriormente la cifra se elevó a 140.000 debido a las heridas o la radiación. La ciudad prácticamente fue destruida.
La decisión de arrojar la bomba es discutible. Probablemente se ahorraron vidas, pues la perspectiva de una guerra de desgaste contra Japón era igualmente indeseable y previsiblemente gravosa para ambos contendientes. Mucho más discutible fue la utilización de un segundo artefacto sobre Nagasaki, con Japón aterrorizado y mucho más proclive a la firma del armisticio. Aquí probablemente entraron en juego consideraciones geopolíticas de alto calado, y un más que probable aviso a navegantes, un mensaje directo a Stalin.
Lo que no cabe duda es que el comienzo de la era nuclear tuvo efectos beneficiosos en su utilización civil como fuente energética, tanto como riesgos a la propia supervivencia del planeta y la amenaza de un holocausto nuclear.
Japón recuerda hoy, nosotros también.

viernes, 31 de julio de 2009

El ejército perdido

No aprendo...
Acabo de leer el libro de Valerio Manfredi. Llevaba ya un tiempo en el cajón, esperando que llegara su turno y lo empecé en el aeropuerto, durante un viaje de trabajo a Barcelona.
Trata del viaje de los mercenarios griegos conocidos como los Diez Mil a través del Imperio Persa en tiempos de Artajerjes, relatado en la Anábasis de Jenofonte, que no he tenido ocasión de leer.
Me ha parecido insulso. De lectura rápida, pero no deja poso. Ni siquiera resulta épico, y cuando lo intenta es demasiado manido, utilizando expresiones repetitivas (los dardos se clavaban en los pesados escudos, haciéndolos más pesados....). En muchas ocasiones no resulta creíble, como las virtudes que adornan a la protagonista o su carácter. Me chirría bastante.
La recreación de la época resulta apenas esbozada: vida social, atuendos, táctica militar, etc.
El epílogo, tratando de justificar las hipótesis de su libro, es también bastante ligero y no aporta nada.
Como novela histórica deberíamos quitarle el adjetivo. Como novela de suspense es un chiste.
¿Por qué no aprendo? No es la primera novela que leo de Manfredi, y ninguna me ha convencido. Desde la aclamada trilogía de "Aléxandros" (¿?) hasta "La última legión". Espero no volver a caer en el engaño.

lunes, 20 de julio de 2009

Un pequeño paso...

Así empezaba la famosa frase de Neil Armstrong mientras descendía por la escalerilla al encuentro de la superficie lunar. Y medio mundo contuvo el aliento, viendo como un hombre ponía el pie en el satélite.
El sueño de cientos de generaciones, que cada vez que elevaban su mirada al cielo se encontraban con ese disco blanco, se había hecho realidad.
Sin duda producto de su tiempo, pues si no hubiese habido tan enconada competencia con el eterno enemigo soviético no habríamos tenido carrera espacial. Seguramente el mundo no sería como ahora, sin poder aprovechar los avances que se llevaron a cabo en multitud de materias.
Luego dejó de interesar a la opinión pública, y el presupuesto se redujo de modo drástico. Las misiones lunares se abandonaron, pues no había nadie a quien vencer. A los ojos de un observador actual, quizá aquello no fue más que un derroche de medios y dinero.
Pero me quedo con el lado romántico. La Luna nos pertenece un poquito a todos.

sábado, 27 de junio de 2009

Pandemia

Acabo de terminar este relato y enviarlo a que lo crucifiquen en el III Certamen Calabazas en el trastero: Poe.
Como indica el título del certamen, se trata de homenajear a Poe. No sé si lo he conseguido. Os dejo con él.
****
El 11 de junio de 2009, escasamente diez meses atrás, la Organización Mundial de la Salud declaró la primera pandemia del siglo XXI. De gripe, y más concretamente del tipo AH1N1, aunque durante algún tiempo la siguieron denominando gripe porcina o gripe mexicana.

La población mundial desayunó con la noticia y continuó con sus vidas. Apenas veinte mil casos y escasamente un centenar de muertos, una tasa de mortandad incluso menor que la gripe común, no eran motivo de preocupación. Los gobiernos mandaban continuos mensajes de tranquilidad a sus ciudadanos. Afirmaban que la vacuna estaría lista en pocos meses y que el verano ayudaría a dormir el virus.

Ilusos.

Nadie tuvo en cuenta que durante el verano del Hemisferio Norte, el Hemisferio Sur está en lo peor del invierno. Nadie tuvo en cuenta que, si bien el número de casos de la nueva gripe disminuyó notablemente en Europa y América del Norte, crecieron en la misma proporción e incluso más, en el Cono Sur y el Sur de África. El virus se mantuvo activo, como cualquiera con dos dedos de frente habría podido suponer.

Nadie lo tuvo en cuenta.

En otoño comenzaron las vacunaciones masivas. Aproximadamente la cuarta parte de la gente, niños y ancianos en su mayoría, recibió una dosis. Pero esto sólo fue así en el primer mundo. Los gobiernos de los países más pobres no podían permitirse tamaño gasto y los laboratorios farmacéuticos no cedieron los derechos para la creación de una vacuna genérica. Al fin y al cabo, habían desarrollado el producto y querían beneficiarse de ello. Al fin y al cabo, los gobiernos no estaban tratando con oenegés.

Las consecuencias no se hicieron esperar. La gripe continuó campando a sus anchas y, para sorpresa de muchos, la vacuna no resultó ser tan eficiente. Los casos se multiplicaron exponencialmente, hasta que un quinto de la población mundial había sufrido la enfermedad de una u otra forma.

Y entonces sucedió lo inimaginable. El virus mutó a una nueva forma infinitamente más agresiva, provocando la generalización de la enfermedad y el colapso de los sistemas sanitarios de todo el mundo. La facilidad del contagio empujó a la gente a encerrarse en sus casas, manteniendo contacto con el exterior a través de internet, ya que la radio y la televisión dejaron de emitir por falta de personal que se atreviera a ir a los estudios.

El mundo supo por la red que el componente aviar del virus de la gripe, mucho más peligroso para los humanos que el porcino, se había recombinado con el AH1N1 iniciando su expansión desde algún punto del sudeste asiático. Los gobiernos decidieron entonces sacrificar ingentes cantidades de aves tratando de arreglar lo irremediable, pero el remedio fue peor que la enfermedad.

Nunca mejor dicho.

No era fácil deshacerse de millones de cadáveres de aves sacrificadas. La salubridad de ciudades y campos se vio seriamente perjudicada. Los carroñeros campaban a sus anchas, entre ellos algunos individuos que habían sobrevivido a los intentos de exterminación. El virus volvió a mutar, aumentando dramáticamente su capacidad para sobrevivir en el aire. Y los seres humanos comenzaron a morir.

Sin distinción de raza, sexo, posición económica o edad, se contagiaron por millones. Ni siquiera era seguro respirar ya que, al no necesitar ningún tipo de soporte físico para viajar de una persona a otra, su pequeño tamaño hacía ineficaces los filtros y mascarillas. Era aterradora la facilidad con que la enfermedad se apoderaba de sus víctimas. Y más aterradora aún la facilidad con la que mataba tres o cuatro días después de la aparición de los primeros síntomas, entre horribles estertores de agonía derivados de la asfixia producida por la inflamación de las vías aéreas y el fallo general del sistema. La tasa de mortandad era superior al 95%. La gente perdió completamente la esperanza.

A lo largo y ancho del planeta se sucedieron imágenes que no se habían visto desde el fatídico siglo XIV. La Danza Macabra se convirtió, una vez más, en protagonista del día a día de la Humanidad. Los cadáveres eran abandonados en las calles, pues no había nadie para enterrarlos. Miembros de una misma familia optaban por suicidarse juntos si alguno caía enfermo, generalmente después de una última cena juntos, para así evitar la agonía y la soledad. Algunos se refugiaron en la Religión, pero Dios había abandonado al Hombre.

Siguieron muriendo. Tantos que las estadísticas dejaron de tener sentido y los vivos fueron tan escasos que en algunas zonas se podía caminar durante días sin encontrarse con nadie. En otras partes aún se reunían algunas decenas que optaban por encerrarse en jaulas doradas donde vivir dedicándose a satisfacer sus instintos, tratando de olvidar sus miserias a través del placer, desechando cualquier tipo de precaución ante el contagio y fiándolo todo a la suerte. Carpe diem, decían los clásicos, pero estos grupos lo llevaban al extremo. Nada importaba más allá del disfrute del momento. Quizá no hubiera mañana. Quizá todo hubiera acabado en unas horas.

Quizá.

Fernando había evitado el contagio aunque las personas de su entorno fueron cayendo enfermas desde los primeros días. Dejó de ir a la Universidad cuando alumnos y profesores apenas sumaban una centena de los casi dos mil que habían comenzado el curso académico. Encerrado en su casa vio morir a los vecinos en rápida sucesión. Luego fueron papá y mamá, con apenas unos días de diferencia.

Se quedó sólo con su hermana pequeña, María. Juntos sobrevivieron durante algunas semanas, recogiendo comida de las despensas y frigoríficos ajenos y conectados casi permanentemente a internet en busca de noticias o señales de que la enfermedad remitiera. Pero María no lo logró, enfermando como todos los demás. Cuando los síntomas se hicieron evidentes, le pidió que pusiera fin a su sufrimiento. Fernando se negó al principio, cuidándola lo mejor que pudo, pero el dolor de ver a su dulce hermanita boquear buscando una brizna de aire acabó de abrirle los ojos. Lo hizo de noche mientras María dormitaba, rápidamente y sin dolor. Entonces lloró por primera vez, sintiéndose verdaderamente solo.

A la mañana siguiente empaquetó algunas pertenencias y algo de comida. Poca cosa, pues suponía que no necesitaría mucho en los días que le quedaban por delante. Su suerte no podía durar eternamente. No olvidó su MP3; al menos la música le acompañaría en sus últimos momentos. Con una última ojeada cerró la puerta de su casa. Ni se molestó en echar la llave, pues ¿quién había para cometer un robo?

Ya en la calle, fue testigo de un espectáculo dantesco, propio de las ilustraciones de Gustavo Doré: coches abandonados, contenedores de basura volcados, escaparates rotos, todo ello bajo una fina cortina de lluvia que le empujaba a la depresión… y cadáveres.

Muchos.

Caminó sin detenerse y sobre todo sin mirar a los lados. La vista fija al frente, la mochila a la espalda, en sus oídos los auriculares donde Santiago Auserón cantaba el clásico de los 80 de Radio Futura, “Anabel Lee”. Paradójicamente, la melancólica canción le ayudó a sobrellevar su propia tristeza hasta que al caer la tarde y oscurecer de tal forma que ya casi no veía dónde ponía los pies, decidió que era tan buen momento como otro cualquiera para buscar un refugio.

Se detuvo, y comprendió que su deambular le había llevado a las afueras de la ciudad, más cuando vio un haz luminoso que apuntaba hacia las nubes como una escalera hacia el cielo. Partía de una de las discotecas de moda que pocos meses antes había estado llena a rebosar de adolescentes desenfrenados bajo los efectos de una explosión de hormonas y deseosos de explorar sus límites. No estaba muy lejos, así que decidió encaminar sus pasos hacia allí.

Al acercarse percibió con mayor nitidez la música que se elevaba como acompañando al haz de luz. Apenas vio coches en el aparcamiento exterior y los que había estaban llenos de pintadas, tenían las lunas rotas o ambas cosas. Sorteando los charcos del camino se dirigió a la puerta de entrada, encontrándola cerrada. Al empujarla no cedió, así que llamó golpeándola con fuerza con los nudillos. Poco tuvo que esperar, pues el portillo de la mirilla se abrió, mostrando a un joven enmascarado como para asistir al carnaval de Venecia. Tras echarle una ojeada lánguida, se oyó el descorrer de los cerrojos y la puerta se abrió.

Entró sin demora y el otro cerró la puerta tras de él, para al cabo irse a una especie de diván que se encontraba algo más al interior. Fernando le cogió del hombro para preguntarle qué hacía aquí, y le hizo volverse sin encontrar resistencia. Pero pronto lo dejó ir, pues saltaba a la vista que el chico se había pasado con alucinógenos y excitantes y debía tener el cerebro casi fundido, así que lo dejó llegarse al diván donde se derrumbó en un estado de amodorramiento profundo.

Se quedó en el recibidor, una amplia sala intermedia desde la que se podía acceder a los servicios o al guardarropa, que sorprendentemente aparecía repleto de túnicas, máscaras, guantes, anteojos y demás complementos plagados de lentejuelas, brillos y estolas. Decidió pasar de ello y sus ojos se dirigieron a un gran cuadro que dominaba la sala. Con gran realismo, el pintor había reflejado la escena de un naufragio en una oscura noche de tormenta: al fondo, recortada su silueta por el fogonazo de un relámpago, un bergantín flotaba a duras penas aún, hecho pedazos por la furia del viento y la violencia del oleaje; en primer término, una frágil chalupa servía de refugio a los últimos tripulantes que, al parecer, estaban haciendo algún tipo de sorteo; la cara de terror del más joven, sin duda el perdedor, le sobrecogió apenas menos que los rostros ávidos con los que sus compañeros lo miraban. Qué era lo que estaba en juego, no quiso ni imaginarlo. Fernando apartó la vista con un estremecimiento y se dirigió al interior.

La atmósfera estaba muy cargada, con un fuerte olor a humo de escenografía, tabaco y más cosas. Encontró aproximadamente sesenta o setenta personas, muchas de ellas vestidas con la indumentaria extravagante que había visto anteriormente. Era difícil adivinar su sexo o su edad, aunque quiso imaginar que eran jóvenes como él. Había algunos manteniendo relaciones sexuales, otros esnifaban unas rayas de coca acompañadas por unos lingotazos de alcohol, muchos bailaban desmadejados entre el humo y los haces láser. Ninguno hablaba.

La cabina del pinchadiscos había sido retirada. En su lugar se encontraba un gran sillón, a modo de trono, forrado de terciopelo rojo. Sentada sobre él una figura de elevada estatura, apreciable incluso en la postura en que se encontraba. Toda su indumentaria, que no dejaba a la vista ni un centímetro de su piel, era roja como la sangre, incluidos guantes y zapatos. La máscara, igualmente roja, semejaba el rostro de un pájaro. Parecía la única persona verdaderamente consciente en toda la sala, y miraba a su alrededor con algo parecido al ansia. Cuando sus miradas se cruzaron, la del desconocido le amedrentó de tal forma que decidió poner la mayor distancia posible entre ambos.

Sorteando cuerpos oscilantes de parejas o grupos solazándose, se dirigió a una puerta doble en la parte de atrás de la pista de baile. Comunicaba con el exterior, a una pequeña playita de arena fina. Respiró hondo tratando de limpiar sus embotados sentidos, y miró al cielo. Había dejado de llover y la luna asomaba entre las nubes. El rumor de las olas al romper en la arena le relajó. Por primera vez en mucho tiempo olvidó sus temores y sus penas, arrullado casi hasta la inconsciencia. Antes de abandonarse a ella se puso los auriculares y encendió su MP3, recostando su cansada cabeza en una almohada improvisada con un macuto de ropa. Las nubes, reflejando la luz de la luna, eran un espectáculo para la vista. Qué pena que se diera cuenta entonces, cuando pocas veces más podría disfrutar de él. Cerró los ojos y se durmió con las notas de “Message in a bottle”, de The Police. Y no cabe duda de que se sentía como un náufrago en una isla desierta, queriendo gritar su soledad en una nota embutida en una vieja botella.

A la mañana siguiente el cielo estaba despejado. El sol le despertó al darle de lleno en el rostro, así que se incorporó. Pestañeando aún, miró a su alrededor. La playa estaba repleta de cuerpos dormidos de los festejantes. Y allá arriba, bajo el dintel de la puerta de acceso a la pista de baile, la figura con la túnica roja estaba de pie, observando a su alrededor a los desechos humanos que aún eran incapaces de levantarse para saludar el nuevo día.

Súbitamente comenzaron a oírse unos duros acordes de guitarra, poderosamente amplificados por el sistema de sonido de la discoteca. La batería y el bajo se unieron con rapidez, para crear una melodía que martilleaba en sus oídos. Puro heavy metal, clásico, Iron Maiden probablemente. Fernando rió para sí. En esas circunstancias cualquier grupo musical podría considerarse clásico.

Aquellos personajes se sacudieron sus sueños y, poco a poco, se fueron despertando, desperezándose e incorporándose. A Fernando le parecía que aquel ritual lo habían llevado a cabo durante incontables días de decadencia moral. La figura de rojo bajó a la playa con estudiada majestuosidad mientras los demás formaban un corro con él en su centro, como el ojo de un huracán. Llevaba las manos enfundadas en las amplias mangas de su túnica y se detuvo cuando se aseguró de que todos estaban pendientes de él.

Por su parte, Fernando buscó un sitio un poco elevado que le permitiera vislumbrar la escena. Vio cómo el corro se cerraba hasta que la primera fila casi tocaba la túnica roja y entonces todos se sentaron despojándose de las máscaras, esperando quizá unas palabras. Siguieron esperando.

La atronadora música hizo una pausa, siendo el sepulcral silencio casi más sofocante que el ruido anterior. La figura de rojo comenzó a toser, suavemente al principio, espasmódicamente al final, inclinándose hasta casi tocar el suelo. Aquellos seres degenerados se removieron nerviosamente, escuchándose murmullos nerviosos. Se levantó en toda su estatura y con un rápido gesto sacó las manos de las mangas. En sus enguantadas manos sostenía un cuervo negro que comenzó a graznar asustado, bizqueando por la luz del sol. Antes de que nadie pudiera reaccionar, le apretó el gaznate y le seccionó su cabeza, salpicando con su sangre a todos los que tenía más cerca y arrojando los despojos al suelo para luego derrumbarse como un guiñapo.

Aquel rebaño huyó en desbandada, gritando alocadamente. Los que habían más próximos trataron de limpiarse la sangre que les había manchado la cara. Los ojos de todos estaban desorbitados de terror mientras corrían hacia el mar o en cualquier otra dirección tratando de separarse los unos de los otros, pero chocando entre sí en su sinsentido.

Fernando se quedó solo y se acercó cautelosamente al cuerpo tendido en la arena, pero cuando se encontraba a pocos pasos, éste comenzó a convulsionar. Oyó una trabajosa inspiración y luego una voz rasposa “¡Nunca más!”

Fernando supo que llegó el momento de descansar un rato. Se sentó a disfrutar del paisaje mientras el naciente sol le calentaba el rostro.

Entonces, tosió.

sábado, 13 de junio de 2009

La soledad del perdedor

El día 22 de diciembre de 2008 fue un punto de inflexión en mi vida. Y no fue, lamentablemente, porque me tocara un pellizco en la Lotería. ¡Qué más quisiera! Hasta esa fecha mi ego y yo no podíamos estar juntos en la misma habitación; cuando entraba uno, el otro debía salir porque no había sitio para ambos. Pero entonces, él se sometió a una formidable cura de adelgazamiento y se ha quedado hecho un figurín. Es lo que tiene ir de concursante a Pasapalabra y que tu contrincante te barra sin misericordia.

Y la verdad es que la cosa no empezó mal. Pasé el cásting telefónico bastante sobrado, y me llamaron para otro presencial. Fui a verlas venir, una experiencia más, sin pretensiones… y también lo pasé. También bastante sobrado, por cierto (mi ego ya tenía por entonces unas dimensiones astronómicas).

Entonces recibes la llamada que te comunica que vas al programa. Al principio me lo tomé con calma, pero al pasar los días se van generando expectativas en el entorno cercano. Lo que era un “pásatelo bien, que es una experiencia”, pasa a ser un “a ver si ganas un programa, o varios, y nos sacamos un dinerito”. Y empiezan los nervios. Y empiezas a cuestionarte muchas cosas (tu ego no, por supuesto, él sigue ahí, sólido como las raíces de una montaña). Empiezas a obsesionarte viendo el programa y con hacer roscos sin descanso. Lo más preocupante es cuando sueñas con Christian Gálvez.

Llega el día de la grabación. Aquilatas a tus contrincantes en la sala de espera. Quieras que no todos nos estudiamos, buscando los puntos débiles. Somos muy simpáticos, pero allí estamos todos para llevarnos una pasta. La pava que era la campeona titular llevaba una buena tirada de programas y estaba tranquila. Se pulió al individuo que iba delante de mí. Se lo merendó con patatas todo el programa, hasta el rosco y ganó sin despeinarse. Mi ego se tambalea, pero se sobrepone. Siempre se sobrepone.

El subidón de adrenalina al entrar al plató es de cine. El corazón se pone a mil por hora. No ves más que lo que tienes delante de los ojos. Conoces al equipo de famosos que intentará ayudarte a conseguir unos segundos valiosos. No tuve suerte en el reparto, y ahí debí darme cuenta que no iba a ser mi día. Me tocaron Mayra Gómez Kemp (simpática y voluntariosa) y Moncho Alpuente. Por si os es desconocido, diré que fue un intelectualoide progre asiduo a tertulias televisivas en los 80 junto al Gran Wyoming, al que el tiempo ha tratado muy mal. El tiempo y los excesos. Si el Drugtest hubiera estado disponible en su época, probablemente lo habría reventado. Por el otro lado Alaska (una borde y una decepción mayúscula) y Ramoncín (estuve a punto de decirle que era un gran admirador suyo y que me había bajado toda su discografía con el e-mule; las dos canciones, vamos… Puñetera SGAE).

Al final pringué yo solito. El rosco fue una merienda de negros en la que yo era el plato principal. Al terminar el programa me volví invisible por unos minutos; el perdedor se queda solo. Por lo menos pude trazar y desechar unos cuantos planes de fuga del país, cambio de identidad y comienzo de una nueva vida. No los he llevado adelante, más que nada porque mi ego aún no se ha repuesto del todo y, como en el fondo soy un sentimental, no quiero abandonarle; sé que no podría soportarlo.

Mientras tanto hago zapping buscando un nuevo concurso en el que participar. Uno de mi nivel. Le he echado el ojo a “Sabes más que un niño de primaria”. Creo sinceramente que ahí podría hacer un buen papel… de niño.

domingo, 7 de junio de 2009

Las aventuras del buen soldado Svejk

Acabo de terminar este libro, en edición del Círculo de Lectores. Lo adquirí recordando una serie de televisión que ponían en la tele en los 80, cuando sólo había 1ª y 2ª cadenas, y que solía ver con mis padres los viernes por la noche. La serie era muy agradable de ver, y las historias de este Svejk se guardaron en mi memoria.
La edición que comento está bien cuidada. Ignoro si es cierto que se trata de la primera traducción directa del checo al español, como se publicita, pero parece correcta. El hecho de acompañarse de las ilustraciones originales le da un cierto sabor añejo.
Su autor es Jaroslav Hasek, para mí totalmente desconocido si no fuera por este libro. He leído algunas breves notas sobre su vida y son muy clarificadoras respecto a su contenido y motivaciones. Comunista y nacionalista checo, combatiente en la Gran Guerra como ciudadano del Imperio Austro-Húngaro, posteriormente se unió a los rusos y a la Legión Checa. Tras la guerra, escribe "Osudy dobrého vojáka Švejka za světové války", que lamentablemente deja inacabado por su prematura muerte.
El protagonista absoluto es Jósef Svejk, un ciudadano de Praga que es alistado en el ejército y que sufre una serie de peripecias continuas, algunas de lo más surrealista, pero de las que siempre sale bien parado. Aunque parezca un idiota, es más un pícaro al estilo de la España del Siglo de Oro. No hay misión que su amo le encomiende que no lleve a buen término, aunque reinterpretada a su modo. Hablador incansable, trufa cada una de sus conversaciones con interminables parrafadas, a modo ejemplificador, como Petronio en "El Conde Lucanor".
El resto de personajes no son sino accesorios de la figura de Svejk, y herramientas para que el autor desarrolle una u otra idea. Son casi arquetipos de la sociedad checa del finales del XIX y principios del XX, enmarcada en el artificial Imperio Austro-Húngaro, de corta vida y que se desintegraría tras la Iª Guerra Mundial.
El libro es una crítica feroz de esa sociedad, y un continuo alegato antimilitarista. Además, se trasluce el nacionalismo checo del autor. Para nosotros, lectores no familiarizados con estas circunstancias, se convierte en una amena e interesante lectura que recomiendo a todos.

lunes, 25 de mayo de 2009

¡Feliz día!

Hoy es veinticinco. De mayo además.
En días como hoy los frikis salimos a la calle con una toalla, rememorando al gran Doug Adams y su Hitchiker´s Guide to Galaxy (Guía del Autoestopista Galáctico).
O ponemos las pilas recargables a nuestro sable láser y recordamos el estreno de Star Wars.
Es un día en el que no ocultamos nuestras aficiones. Es más, nos enorgullecemos de ellas.
Porque hoy es EL día.
¡Feliz día del Orgullo Friki!
¡Que vuestros dados saquen siempre críticos!

lunes, 13 de abril de 2009

Un claro en Arthedain

Este primer cuento que os traigo lo escribí para un certamen de relatos basados en la obra de Tolkien y convocado por la página web de elfenomeno.com. Fue allá por 2005 y ganó una mención especial del jurado.
Lo cual no tuvo mucho mérito, la verdad, ya que más de la mitad de los treinta relatos presentados fueron merecedores de una mención especial.
Pero pensé que para ser el primer certamen al que me presentaba no estaba mal. Más cuando lo escribí en apenas unas horas. Y sinceramente, se nota. He pulido una buena parte de él y reescrito el final. De muchos defectos no me dí cuenta hasta esta relectura.
Sin más os dejo con él. Espero que os guste.
****
-¿Cuánta ventaja nos llevan, padre?
El muchacho se encontraba recostado en un árbol del frondoso bosque al borde de la estrecha vereda de animales que lo atravesaba. De elevada estatura para su edad, tenía el largo cabello negro enmarañado y respiraba agitadamente apoyado en un arco de tejo casi tan alto como él. De su cinturón pendía un largo cuchillo de caza, envainado en una bonita funda de cuero adornado con filigranas de cobre.
Su acompañante miraba ceñuda y fijamente al suelo frente a ellos, buscando indicios claros de aquellos a los que perseguían, al tiempo que apretaba fuertemente en su mano un trozo de fino paño que en un tiempo debió ser azul pero que ahora se encontraba sucio de polvo, sangre y barro.
Posó entonces en el chico sus severos ojos grises, que sin duda se enternecieron aunque sólo fuera por un momento. Vio en su rostro el reflejo fiel del de su amada esposa, los mismos ojos azules como el cielo, la misma fina nariz recta que dividía su rostro agraciado en dos partes casi simétricas, o los labios finos y firmes sobre una barbilla delicadamente ovalada. Sólo la espesa mata de crespos cabellos negros parecía haber sido su aportación al atractivo muchacho.
Al recordar a su mujer sintió una punzada de miedo que desechó con rapidez, pues consideraba inútil dejarse llevar por esa sensación en aquellos momentos, y volvió la espalda al chico.
-No lo sé con seguridad, quizá dos o tres horas. Definitivamente no más. –dijo al tiempo que se incorporaba de nuevo. –Apresurémonos. Está anocheciendo y deberán acampar si no quieren perderse.
Apenas dirigió un breve vistazo a su hijo al emprender de nuevo el camino, primero a buen paso para comenzar a correr antes de perderse de vista.
El joven, meneando la cabeza, fue tras él después de asegurar el arco a su espalda con un suspiro de resignación y esquivando como podía las traicioneras ramas bajas y raíces, cada vez más difíciles de ver en la decreciente luz.
Mientras su cuerpo adoptaba un paso mecánico al igual que lo había hecho a lo largo de la tarde su mente se trasladó al momento en que, dos días antes, llegó a la casa familiar tras un tedioso día de caza.
Aún desde la distancia era evidente que algo no iba bien en la gran mole de piedra. El corazón le dio un vuelco en el pecho pues la vida no era fácil ni segura allá en las postrimerías, no ya del poderío sino incluso de la mera existencia del único resto libre del antiguo reino de Arnor. Sí, en las fronteras de Arthedain la vida no era una maravilla. Su padre, aun siendo un vástago menor de una casa de poca importancia en el glorioso Númenor, tenía el porte severo y orgulloso de los dúnedain, curtido además por una larga vida en el salvaje Norte, donde cada día la gente se levantaba con el miedo a los ejércitos del Rey Brujo y, últimamente, a las numerosas bandas de merodeadores y bandidos que vagaban por sus tierras.
Llevaban casi una semana intentando conseguir algo de caza para complementar las gachas de cereales que eran su único alimento en las últimas semanas, así que añoraba el hogar, a su hermana pequeña y a su madre. Ella era su apoyo cuando su padre perdía la paciencia con él, lo que por otra parte sucedía con bastante frecuencia pues la espada y el arco no eran para él tan preciadas como un buen libro y la calidez del hogar. Su padre nunca se cansaba de repetir que un libro no defendería a su futura mujer e hijos cuando tuviera que hacer frente a una incursión y no entendía el afán de su hijo.
Durante la caza, su mente se encontraba en otro sitio. Y su sueño no era otro que viajar al lejano y aún floreciente Gondor, aposentarse allí y visitar a placer las sin duda numerosísimas y hermosas bibliotecas, estudiar sus preciados libros y pergaminos y, por qué no, hacer carrera como escriba en la burocracia del reino. Nada tenía aquella inhóspita e insegura tierra que ofrecerle. Mas temía el momento de comunicar a su familia sus intenciones.
Al no ver signo alguno de vida en el claro, miró de reojo a su padre. Si bien su rostro permanecía imperturbable como siempre, le pareció no obstante que también estaba preocupado, pues apretó el paso en su ansia por llegar a la vivienda.
A unos buenos quinientos pasos de la casa iniciaron una frenética carrera. Ambos habían visto lo mismo, un bulto casi oculto por la maleza a un lado de la senda, cerca de la puerta principal. Unas aves allí congregadas y que sin duda eran cuervos, negros como la noche, emprendieron el vuelo al espantarse.
Se encontraron al viejo Galeth tendido sin vida en el suelo. Cuando los demás siervos abandonaron el asentamiento al hacerse casi insoportable la vida en él, el anciano caballerizo había permanecido fiel, quedándose con ellos.
Recordaba las súplicas de su madre para que su familia siguiera el ejemplo de los que se habían ido. Pero más aún recordaba la ira de su padre mientras replicaba que nunca abandonaría la casa de sus ancestros.
Ahora el viejo yacía ante sus ojos. Un amplio surco rodeaba su cuello, allá por donde la vida había escapado de su enteco cuerpo en rojos borbotones. Los achaques de la edad le hacían incapaz de realizar trabajos pesados, así que su labor se limitaba a ayudar a su madre y su hermana en las tareas de la casa o acarrear con gran esfuerzo baldes de agua para cocinar o lavarse. Pero no había dudado en defender a sus señoras, como lo atestiguaba una vieja espada oxidada asida en su sarmentosa mano. ¡Pobre Galeth! Valiente y fiel hasta el final.
Miró a su padre y por primera vez fue consciente de su humanidad, pues con gran delicadeza se arrodilló junto a él y acarició aquella mano sin vida antes de retirar la espada y cubrir el cuerpo con su capa. Luego desenvainó su largo cuchillo de caza y, con el ánimo encogido, se dirigió a la casa.
Muchos años antes de nacer él ya se habían sellado las plantas superiores del gran edificio, siendo ahora la planta baja y la primera las únicas que se utilizaban con regularidad. Atravesaron la puerta principal para encontrarse lo que tanto habían temido: la vivienda había sido saqueada por completo, los escasos muebles estaban destrozados, los víveres habían desaparecido e incluso se habían llevado las mejores armas de la panoplia.
Pero esto no importaba comparado con la ausencia de su madre y su hermana. Recorrieron la casa infinidad de veces gritando sus nombres, arriba y abajo, sin encontrar rastro de ellas. Cobraron entonces conciencia de que ahora eran cautivas. Las otras posibilidades eran demasiado dolorosas para ser tenidas siquiera en consideración.
Era ya de noche cuando salieron al exterior. Discutieron entonces, pues no tenía sentido emprender una persecución de inmediato sino que más valía esperar a las primeras luces del alba y, entonces, buscar el rastro que les permitiera encontrar a las mujeres. Pero su padre no apreció este punto de vista. Enfurecido se adentró de nuevo en la casa para salir al poco con una tea encendida.
-Buscaremos el rastro ahora –recordó que le dijo con voz firme.- Aunque los ojos se nos caigan bajo la escasa luz.
Nunca antes había visto esa fiera determinación en sus ojos. Así que no se atrevió a replicar y, tras hacerse él mismo con otra antorcha, comenzaron la frenética búsqueda.
Aquello había sucedido apenas dos días atrás, pero parecía mucho más lejano en su memoria. Su mente volvió al presente y se preocupó de no ver aún a su padre ante él. Seguramente sus ensoñaciones habían hecho que perdiera terreno.


Corría ya en la más completa oscuridad. Parecía que su hijo había quedado nuevamente atrás y masculló un reniego. ¿Es que nunca sería capaz de introducirle un poco de sentido común en la sesera? No era tonto, se había dado cuenta que aquella vida no llenaba al muchacho y, si debía ser sincero, en lo más profundo de su ser estaba de acuerdo con él. Pero no podía aceptarlo, de ningún modo. Sus antepasados habían navegado con el valiente Elendil y sus hijos cuando la cólera de los Valar castigó el orgullo de Númenor. Su familia había combatido en la Tierra Negra y había llorado la muerte del Rey. Sus servicios les valieron una porción de tierra, pequeña pero merecida. Y en su momento decidieron asentarse en el Reino del Norte.
Allí habían vivido desde entonces. Y mientras Arnor o su heredero tuvieran un soplo de vida, un miembro de su familia estaría dispuesto a luchar por la tierra que pisaban.
Sólo él sabía cuán difícil era aquello. Nada deseaba más que acompañar a su hijo a Gondor y olvidar las penurias y llevarse con él a su pequeña flor y a su amada esposa, pero ahora hasta eso le había sido arrebatado.
Cuando constató que la casa estaba vacía sintió crecer en su interior una ira fría que invadió todo su ser. Decidió entonces que rescataría a las mujeres y que haría pagar a sus captores cada momento de sufrimiento. Nada importaba que fueran esbirros del Rey Brujo, bandoleros harapientos y desesperados o quién sabe qué.
Se detuvo un momento aguzando el oído sin que le llegara sonido alguno detrás de él, así que decidió continuar sólo, pues el tiempo apremiaba. Apretó fuertemente en su mano el jirón de tela que era al mismo tiempo su esperanza y su miedo desde que lo encontraran a primera hora de la tarde y tras sujetarlo al cinturón emprendió la marcha, ahora con más cuidado.
Era ya noche cerrada, pero no quiso encender una luz. Confiaba en estar cerca del grupo y no quería alertarles sin saber cuántos eran. Estimaba que serían entre cinco y ocho, sin contar a las dos mujeres cuyas huellas eran en ocasiones patentes en la senda que seguían. Debían estar cansadas, pues le pareció que arrastraban los pies, dejando un rastro alargado en la tierra. Por eso estaba seguro que tendrían que acampar de noche. Y pensaba darles alcance antes de que despuntara el nuevo día.
Tras seguir su camino durante lo que le pareció un largo tiempo, percibió más adelante un tenue resplandor apenas visible entre la enmarañada vegetación. El corazón comenzó a palpitarle con fuerza, pues no dudaba que se encontraba cerca de su meta. Extremó entonces sus precauciones, asegurando los correajes de su ligera armadura de cuero y desenvainando el cuchillo. Besó el frío filo, depositando en él sus plegarias y sus esperanzas. Aquella noche debía serle más fiel que nunca.
Avanzó con cautela, oteando los alrededores de cuando en cuando y poniendo especial cuidado en dónde pisaba. A medida que se aproximaba distinguía la luz con mayor facilidad. Se encaminaba hacia un claro en el que el grupo se había detenido. El hecho de que hubieran encendido el fuego hizo crecer la confianza en su interior; aquello significaba que no esperaban que alguien les siguiera el rastro, por lo que debería ser relativamente fácil sorprenderlos. Si tenía suerte quizá pudiera asustarles lo suficiente para no tener que pelear con todos a la vez, rescatar a su mujer y a su hija y emprender la huida.
Se detuvo, pues a su derecha se recortaba la sombra de un centinela. Esperó unos instantes, pero no había sido visto ni oído. Se encontraba a unos pocos metros de distancia, así que decidió acabar con él antes de continuar su camino hacia el claro. Se acercó sigilosamente, empuñando con fuerza el mango del cuchillo, hasta que pudo oír la respiración del otro, tan cerca que podía tocarle si extendiera el brazo.. Su pausado ritmo le dio la pista que esperaba: se había quedado dormido. Acabó por decidirse, así que con un rápido movimiento amordazó rápidamente al desgraciado con su mano derecha y, levantándole la cara hacia las copas de los árboles, sesgó su cuello con el cuchillo que portaba en la izquierda. No aflojó su presa hasta que sintió el cuerpo sin vida recostarse contra él. Se acercó entonces lo más posible a fin de estudiar su rostro para encontrarse con un malencarado hombre, de enmarañada barba descuidada. Le despojó de sus armas pero, tras sopesar la espada corta, prefirió continuar con el cuchillo a cuyo uso estaba más acostumbrado.
Retomó el camino, llegando al linde de un amplio claro en cuyo centro ardía una hoguera que a juzgar por el titilar del fuego hacía ya un buen rato que no había sido alimentada con leña. Se arrastró hacia la derecha, buscando una mejor visión del grupo y contó cuatro hombres tan desagradables como el que había eliminado. Además, atadas al tronco de un árbol mucho más grande que los demás, vio a su hija y a su mujer. La falta de cualquier señal de vida en ellas le incomodó y preocupó. A pesar de estar un largo rato esperando, no variaron su postura y a la distancia a la que se encontraba tampoco era capaz de ver el movimiento de sus pechos al respirar.
Penetró entonces en el claro, dentro del círculo de luz, moviéndose en silencio y con rapidez y determinación. Pero no todos los rufianes estaban dormidos, pues uno de ellos se incorporó y dio la alarma. Antes de que pudiera llegar a él, ya los otros tres se incorporaban y buscaban sus pertrechos.
Sonó el estrépito del acero contra el acero, mientras esgrimía su cuchillo contra la hoja de su adversario. Los otros maniobraban para rodearle, así que intentó acabar cuanto antes con el primero para enfrentarse a ellos.
Presionó duramente, propinándole una auténtica lluvia de tajos y estocadas hasta que encontró el hueco que buscaba y hundió profundamente el cuchillo en el pecho, segando su vida. Con rapidez se hizo con la espada pensando que le ayudaría a enfrentarse al resto y se volvió. Justo a tiempo, pues este movimiento fue suficiente para que la estocada que tenía por objetivo su espalda se clavara profunda y dolorosamente en su brazo derecho. Sintió la sangre empapándole la mano, y el dolor le hizo entornar los ojos. Vio que los tres se dirigían miradas de complicidad y el fatalismo invadió su espíritu, mas con ello vino su desprecio por la propia muerte. Apretó los dientes y se lanzó al ataque hacia el centro, esquivando dos estocadas y parando otra con la espada corta. Pronto jadeó por el esfuerzo y la pérdida de sangre dejando caer la espada, demasiado pesada ahora para su brazo herido. Mas siguió presionando y esquivando, con el único afán de llevarse a alguno más por delante.
Y entonces oyó un seco chasquido y un silbido para ver el astil de una flecha salir del cuello del hombre de su derecha y quedarse allí, cimbreante. Los otros dos quedaron tan sorprendidos como él, pero se repuso con rapidez y enterró el cuchillo en el estómago de uno. El otro se lo pensó mejor y huyó, solo para ver truncada su carrera a los pocos pasos y caer como un fardo al suelo con una flecha clavada en la espalda.
Cayó entonces sobre una rodilla, jadeante, antes de poder girarse y ver salir de la espesura a su hijo, con el arco tensado y una flecha preparada, caminando con cautela. Apretó fuertemente su herida, tratando de evitar la pérdida de sangre, y desechó el desvanecimiento con un movimiento de cabeza. Se dirigió hacia las mujeres, casi arrastrándose, con verdadera ansia de tocarlas y estrecharlas en sus brazos. Llegó antes al lugar donde yacía su hija, a la que encontró desvanecida aunque viva, con un débil pálpito en su cuello. La acarició suavemente, dejando en su rostro el rastro de su propia sangre. Trató de soltar las ataduras que la aprisionaban, pero estaban hechas por manos expertas y él había dejado atrás su acero. Desesperó y porfió, hasta que alguien puso un cuchillo en su mano. Alzó los ojos para encontrarse con los de su hijo, que tras haberse cerciorado de que los cuatro hombres estaban muertos, se unió a su padre.
Tras cortar las ligaduras, depositaron a la joven amorosamente en el suelo y se dirigieron a hacer lo mismo con la madre. Pero en aquel cuerpo no encontró signo alguno de vida. Frenético buscó otra vez, mas pronto comprendió que su amada mujer estaba muerta, quizá de agotamiento y penurias, pues no había rastro visible de violencia en su cuerpo. Sollozó y se apartó mientras su hijo se arrodillaba junto a él y comprobaba a su vez la fatalidad.

Buscó el pulso, pero no lo sintió bajo la piel. Escuchaba los sollozos de su padre a su lado, mas sólo tenía ojos para el cuerpo sin vida de la mujer. Con delicadeza, retiró un mechón de cabellos castaños del dulce rostro y lo acarició. Sintió la ira crecer dentro de él como nunca lo había hecho y estalló. Se dirigió a su padre y cogiéndole con fuerza por los hombros le zarandeó con violencia.
-¡La has matado! –gritó con fiereza- ¡Orgulloso egoísta!¡La has matado!
Su padre le miraba con ojos vacíos, sin contener el llanto. Trató de zafarse de la presa que lo atenazaba, pero ésta se mantenía con brutalidad.
-¡Si nos hubiéramos ido cuando tuvimos la oportunidad ahora estaría viva! – continuó- ¡Y el viejo Galeth habría muerto como merecía, en la cama, honrado por la familia a la que sirvió!
Agotado, se dejó caer junto a su padre y rompió a llorar. Ambos lloraron hasta que se les secaron las lágrimas.

Al despuntar el alba habían erigido un túmulo para alojar el cuerpo de la madre y esposa, para protegerlo de las alimañas. Ante él rezaron sus plegarias y recordaron para sí al ser querido. Su padre tenía el brazo en cabestrillo, con el vendaje aún manchado de sangre. Los rostros estaban macilentos, con grandes manchas violáceas bajo los ojos debidas al cansancio, la falta de sueño y la pena. La joven permanecía acostada, ajena a la desgracia que había golpeado a su familia.
-Iremos a Gondor –anunció el mayor.
Ambos se miraron. El padre con profunda pena, el hijo sin dejar asomar sentimientos hacia él. Era demasiado tarde.
-Ya nada nos ata a esta tierra –continuó- Demos a tu hermana lo que tu madre siempre deseó.
El joven asintió sin decir palabra. No había nada que decir. Se dirigió al lugar en el que habían amontonado sus pertrechos.
Su padre se demoró un poco más junto al túmulo; no quería irse sin decir un último adiós a su esposa. Se arrodilló y alargó el brazo, acariciando las piedras. Se quedó allí unos instantes, reacio a irse definitivamente, hasta que un golpe sordo acompañado de un gemido apagado le hizo salir de su ensimismamiento. Se volvió para ver a su hijo caer al suelo, con una flecha en el pecho, disparada desde tan poca distancia que la roja punta asomaba más de un palmo por la espalda.
Sus ojos se desorbitaron y quiso gritar, sin éxito. Buscó con la vista, hasta localizar al arquero, que ya tenía otra montada en el arco corto, apenas a veinte pasos de distancia. Sonrió mostrando sus dientes cariados y soltó la cuerda.
Sintió un fuerte dolor en el pecho. Bajó la vista y allí estaba el proyectil. Miró incrédulo a su asesino, mientras sentía que la sangre se escapaba por la herida, esta vez sin remisión. Se reprochó su propia necedad, pues entendió que en algún momento de la persecución el rastro se dividió y él continuó tras el grupo mayor, obviando uno o dos forrajeadores. Bueno, ya no había remedio.
Pensó en su mujer, a la que pronto vería allá donde Ilúvatar destinara las almas de los Hombres. También en su hijo, al que quizás entendiera por fin en la otra vida. Y por último en su hija, a la que deseaba una muerte rápida, sin sufrimientos. Pronto se reunirían otra vez los cuatro.
Pensó entonces que no debería morir de rodillas. No debería permitir la vergüenza de su estirpe. Escupió un esputo sanguinolento y, con esfuerzo, se incorporó. Jadeó con el rostro crispado. Para entonces el rufián había desenvainado un largo cuchillo y se había acercado lo suficiente para poder oler su fétido aliento.
-Adiós, viejo –dijo al tiempo que le apuñalaba y retorcía la hoja en su vientre.
Su cuerpo se convulsionó. Cerró los ojos mientras caía hacia atrás.
“Espérame amor mío. Ya voy”