jueves, 27 de agosto de 2009

La verdad

La mentira da la vuelta al mundo antes de que la verdad tenga tiempo de ponerse las botas.
Esta frase es el núcleo de "La Verdad", vigesimoquinta novela del Mundodisco del inefable Terry Pratchett. En esta entrega asistimos a la creación de la prensa, con la publicación del Ank-Morporkh Times por parte de William De Worde. Una conspiración destinada a derribar al patricio Vetinari (un hombre, un voto; el hombre es él y el voto es el suyo) sacude a la ciudad y el periódico tratará de descubrir la verdad, chocando con la Guardia del comandante Vimes. Para ello contará con la ayuda de la bella Sacharissa, que se destapará como una aguerrida reportera de neumático aspecto.
Un libro clásico de Pratchett, con momentos realmente descacharrantes y un poso de reflexión que queda después de leerlo (hasta qué punto tiene derecho la prensa a inmiscuirse en la vida de la Ciudad). Como todos, es difícil parar y los momentos de risa floja hacen que los que están alrededor del lector lo miren con sorpresa.
La galería de personajes es también amplia y vemos a nuevos habitantes de la ciudad junto con verdaderos iconos como Y.V.A.L.R. Escurridizo, Nobby Nobbs, Vimes, Zanahoria, Vetinari, el perro Gaspode....la Muerte (por supuesto hablando en MAYÚSCULAS)... Hay además una pareja de delincuentes muy... tarentinianos.
Ocuparía un lugar medio-alto en la ya amplia lista de libros dedicados al Mundodisco. Algunos hay mejores, y bastantes peores.
Grande, Pratchett.

martes, 25 de agosto de 2009

El reposo del guerrero

Éste es el tercer relato presentado al I Certamen Monstruos de la Razón de 2008, en la categoría de Fantasía. Paradójicamente es al que menos tiempo dediqué, escribiéndolo la mañana del último día hábil de presentación de cuentos. No tenía ideas y, como suele sucederme, durante la noche fui tejiendo retazos de la historia. Al levantarme por la mañana, no tuve más que ponerme delante del teclado y escribirla. Salió sola.
Gracias al voto popular fue uno de los 5 relatos seleccionados por el público para llegar a la final, a la que se unirían otros 5 relatos seleccionados por el jurado. En la segunda fase de votación, quedó tercero.
Como en el de este año, intenté dar una vuelta de tuerca a un cliché clásico de la fantasía épica. Quedó simpático.
Próximamente aparecerá publicado en papel, en la Antología del concurso.
*****
Se detuvo ante la puerta, dubitativo. Siempre le costaba entrar en estos sitios, pero la lluvia constante y los cada vez más cercanos fogonazos de los relámpagos le ayudaron a decidirse esta vez. Empujó la pesada hoja de madera y recibió en la cara, como un bofetón, toda una amalgama de sensaciones: el olor de los guisos, el tintineo de las jarras, el ruido de las conversaciones, el calor de la chimenea, el sofocante humo…
Con paso firme se adentró en la sala principal de la taberna, buscando un sitio libre. No podía decirse que estuviera abarrotada, pero sí que la mayor parte de las mesas estaban completas. No obstante tuvo suerte, ya que se apercibió de un lugar libre en la barra. Hacia allí se dirigió, sorteando parroquianos. Algunos le dirigían un vistazo curioso, otros arrogante y unos pocos temeroso. A todos respondió con su mirada más fiera, haciéndoles bajar los ojos, amedrentados.
Su ropa estaba calada, y el frío se le había metido en los huesos. Una jarra de revientatripas sería ideal para entrar en calor, así que se la pidió al tabernero cuando éste se dignó a dirigirse a él.
El efecto del primer trago fue tan brutal como siempre. La bebida se abría paso en su interior, abrasándolo todo, haciéndole boquear por la falta de costumbre. Pero después los rescoldos calentaron su viejo cuerpo. Era agradable. Bebía en silencio, sin levantar la mirada de la jarra. ¿Para qué? Ya sabía lo que había detrás de él. Podía sentir los ojos de la gente clavados en su fornida espalda.
Levantó la cabeza con sorpresa. ¿Revientatripas? Fue entonces cuando se dio cuenta de que el asiento libre a su izquierda había sido ocupado. Miró de reojo a su vecino y dio un respingo. Piel de color verde, casi gris por lo macilenta; cara porcina, con ojos pequeños hundidos bajo la prominente frente y el cabello hirsuto; colmillos amarillentos sobresaliendo por entre los labios entreabiertos; brazos musculosos, cubiertos de pelo espeso y negro, con manos como palas, de dedos fuertes. Un orco al fin y al cabo.
Una mirada un poco más detenida reveló los arreos de guerra, cota de malla, cuchillo al cinto, hacha a la espalda. Lo habitual.
Suspiró. ¿Qué puedo perder?
- Una noche de perros, ¿eh? – comentó en tono casual.
Un respingo. Vaya sorpresa, alguien hablaba cerca de él. Removió el brebaje en su jarra, reacio. Una nueva burla. Esto acabará mal de todas, todas, así que por qué no hacer frente. Giró la cabeza para calar al humano. Nariz recta, frente despejada, piel bronceada por el sol, cabello negro hasta los hombros y ojos azules como el cielo… o como el hielo. Sin duda era fornido, pero la piel de sus manos parecía suave en el dorso, si bien apreció que en la palma era más gruesa, seguramente por el roce del cuero y de la empuñadura de sus armas. Una daga pendía en un costado, de buena manufactura; a la espalda, un espadón de buen acero.
Suspiró. Vamos a probar.
- O de orcos –dijo, esbozando una sonrisa que más bien era una mueca en su rostro bestial.
Un momento de vacilación. Después, inesperadamente, ambos rieron la broma. Una risa franca la del hombre, gutural y profunda la del orco. Se miraron, los ojos amarillos del orco y la mirada azul del hombre. Éste levantó su copa, asintiendo con la cabeza. Tras un momento, el orco hizo lo mismo.
- No sé cómo puedes beber eso – hizo un gesto indicando la jarra.
- No está tan mal, si te acostumbras. ¿Un trago?
Deslizó el recipiente en dirección al hombre que, dubitativo, lo tomó en sus manos. Dirigió una mirada al orco, enarcando una ceja y después, casi sin pensar, mojó los labios en el licor bebiendo una pequeña cantidad. Aquello fue sin embargo suficiente para que sucumbiera a un irresistible ataque de tos. Los ojos se le empañaron de lágrimas y su cara se tiñó de un intenso color rojo. El orco le palmeó con firmeza la espalda, para ayudarle a pasar el mal rato.
- Pues no es tan fuerte –dijo con apenas un hilo de voz.
Rieron otra vez, con más ganas. Se relajaron, como quizá no lo hubieran hecho nunca antes. Y comenzaron una conversación que se prolongó durante horas.
Se presentaron, enunciando sus hazañas y las de sus clanes respectivos. Hicieron chanzas riéndose de sí mismos, como la dificultado que tienen los orcos para moverse furtivamente con esas pesadas botas de hierro. Son útiles, sí, para patear algunos culos o abrir alguna puerta de vez en cuando, pero por lo general son más un engorro que otra cosa.
El tiempo y las consumiciones discurrían con tranquilidad. A medida que el alcohol hacía efecto, las conversaciones fueron haciéndose más profundas. En particular, la discusión sobre si las mujeres de los enanos tenían o no barba se prolongó largamente. Incluso pareció en algún momento que iban a llegar a las manos, pero las risas relajaban invariablemente el ambiente.
Clareaba ya el día. Parecía que la lluvia no iba a hacer acto de presencia. Ellos se sumieron entonces en un mutismo, retrayéndose otra vez a su jarra de bebida.
- Bueno, va siendo hora de reincorporarme a mi puesto –dijo el orco con voz bebida.
El otro asintió.
- Yo también. – hizo una pausa, como sopesando las palabras. - ¿Qué tal si te acompaño un trecho?
Apoyándose el uno en el otro salieron de la taberna que, a estas alturas, estaba vacía. Hablaban en susurros y, de vez en cuando se les escapaba alguna risilla floja.
De esta guisa llegaron a la puerta y salieron al exterior. El suelo estaba húmedo, pero el cielo parecía despejado. Sería un día agradable, cálido y soleado.
Con paso vacilante descendieron por el camino un trecho largo. Cantaron canciones de sus pueblos y rieron despreocupadamente. Llegados a un descampado se detuvieron, estrechándose las manos con fuerza y deseándose suerte. Después se dieron la espalda, dirigiéndose cada uno a tomar su posición en su ejército. Sin duda, sería un día agradable para morir.

lunes, 24 de agosto de 2009

Inmigrante

En la categoría de Ciencia Ficción del I Certamen Monstruos de la Razón de 2008 presenté este cuento, Inmigrante. Viéndolo hoy, sea probablemente el más flojo. Traté de escribir una historia clásica de robots, pero el aroma a Bladerunner y a las historias de Susan Calvin es demasiado acusado. He tratado de arreglar algo el tema, manteniendo su estructura y corrigiendo algún fallo gramatical y ortográfico, pero sigue sin satisfacerme.


*****
-Ya se lo he contado quince veces, señor –sus ojos miraron al funcionario que estaba frente a él, sin siquiera un parpadeo.
-Pues tendrás que contármelo una más –dijo malhumorado, al tiempo que echaba una ojeada fugaz al espejo que tenía enfrente, donde sus compañeros, sin perder detalle, tomaban nota de todas y cada una de las reacciones del interrogado. -¿Cuándo tomasteis contacto con la flota?
-Hace casi diez meses estándar. Nueve meses y veinticinco días, para ser exactos, señor. –suspiró. ¿Por qué le hacían repetir una y otra vez la misma historia?
-Bien, chico. ¿Qué tal si me cuentas qué fue lo que pasó?
-La tripulación detectó una pérdida de presión en el interior del carguero, señor. Probablemente una fisura, aunque la fuga era más importante de lo que inicialmente se pensó. Nos acercábamos a su mundo capital, apenas sobrepasada la órbita del más exterior de sus gigantes gaseosos. En ese momento la tripulación debió decidir activar la radiobaliza de emergencia. –prosiguió, con su voz monótona, carente de matices; hablaba el galáctico con un extraño acento.- La temperatura fue descendiendo acusadamente, hasta llegar a ser incompatible con la vida; sólo se mantuvo la atmósfera en la cubierta de carga que mis compañeros y yo ocupábamos.
-¿Puedes explicar eso?
-No, señor. –meditó unos instantes.– Quizá, por fortuna, los mamparos de los compartimentos estaban cerrados y eso evitó la salida del aire.
Se miraron, tratando cada uno de descifrar la expresión del otro. El funcionario fue el primero en retirar la vista.
-¿Cuántos erais? –preguntó, al tiempo que se repantingaba en el sillón.
-Doscientos cuarenta y seis, señor.
-¿Qué sucedió luego?
-Tras un tiempo que no puedo cuantificar, el equipo de rescate dio con nosotros, señor. Nos hizo salir del compartimento que ocupábamos y nos trasladó a su propia nave. En el hangar nos agrupó y nos asignó unos cubículos, también en su zona de carga.
La pausa en este momento se hizo más larga. El funcionario parecía meditar la siguiente pregunta.
-Si estabais incomunicados en el carguero, por fortuna para vosotros como has dicho, ¿cómo supiste que sucedió lo que me has explicado?
-Lo oí en el campamento de refugiados, señor.
-Ya veo.– hizo unas anotaciones en su agenda de mano, que se transmitían instantáneamente a la sala central de control. - ¿Qué pasó allí?
Entrelazó las manos antes de contestar, jugando con los pulgares. Parecía estar reprimiendo algún recuerdo.
- Pasamos allí dos meses, señor. Cuarentena, nos dijeron, pero era evidente que no sabían qué hacer con nosotros. Nos tuvieron incomunicados la mayor parte del tiempo, pero cuando alguno de los guardias se dignaba acercarse a nuestro barracón, era todavía peor. Venían en grupos de tres o de cuatro. Se sentaban frente a nosotros, fumando, y se reían. Decían que pronto nos devolverían a nuestro sistema de origen, que no querían escoria en su mundo.
-¿Eso decían?– una nueva mirada al espejo, antes de continuar- ¿os agredieron?
-Físicamente no, señor, pero cuando decíamos que sólo queríamos ganarnos la vida, nos contestaban que los nativos tenían derecho a trabajar y nosotros veníamos a quitarles el trabajo. No entendíamos por qué, señor.
Más anotaciones en la agenda. Más datos a transmitir.
-¿Y luego? ¿Qué pasó después de la cuarentena?
Otra vez esa palabra. ¿Por qué seguir utilizándola si era un mero eufemismo? ¿Por qué no llamar a las cosas por su nombre?
-Nos destinaron a las minas del cinturón de asteroides, señor. Una mañana vinieron y nos hicieron formar en el patio. Recuerdo que hacía mucho sol y algunos de nosotros no lo soportaron bien. Pero nos mantuvieron así hasta que llegaron los transportes. Nos hacinaron en ellos como a ganado y nos llevaron derechos al espaciopuerto más cercano. –Una nueva pausa, como queriendo asegurarse de que su interlocutor captaba todos los matices.– Allí nos fue bastante peor, señor. Las condiciones de trabajo eran muy duras. Las diferencias de temperatura eran extremas, la atmósfera corrosiva de la mina era tan fuerte que los equipos de protección eran insuficientes y la jornada era interminable. –Otra pausa, pensativo.– Pocos de nosotros fuimos capaces de soportarlo. Al principio, al hacer el recuento de cada jornada, faltaban uno o dos compañeros. En los últimos días, eran cinco o seis, señor.
-¿Cuántos fuisteis enviados de vuelta, chico?
-Veintisiete, señor. Doscientos diecinueve se quedaron en aquel infierno para nunca más volver.
Un nuevo garabateo, otra transmisión de datos.
-Pero después de eso fuisteis recogidos por una nave del Departamento de Inmigración, ¿no es verdad? Se os devolvió al campo de refugiados a la espera de un nuevo destino, con las disculpas del Gobierno. Incluso se os facilitaron cabinas individuales.– enarcó las cejas, mientras abría las manos pidiendo su aprobación. – Recibisteis un mejor trato…
-Sí, señor.
-Bien, chico. Ahora volverás a tu habitáculo a la espera de la resolución de esta entrevista y de tu destino definitivo. ¿Algo que añadir?
-Sí, señor. Si a usted no le parece mal…- dejó de jugar con los pulgares y levantó la vista al techo, antes de continuar.– No entendemos lo que ha ocurrido, señor. Nosotros sólo queremos trabajar.
-Queda anotado, chico. Ahora, para el registro, dame tu nombre.
-Lukas, señor.
-¿Número?
-Doscientos quince, señor.
-Ajá. Una última pregunta antes de irte. ¿Qué es lo que se te pasa por la cabeza hacer ahora mismo?
El funcionario le miró a los ojos y allí estuvo. Un fugaz destello iluminó sus iris, tan breve que parecía que nunca se produjo, aunque la voz se mantuvo carente de inflexión al contestar.
-Vengarme, señor, empezando por usted y terminando por todos los demás nativos de este mundo.– Nada más. Ni un gesto.
-Entiendo.
Con gesto deliberadamente lento sacó de debajo de la mesa un bláster ligero, apuntándole a la cabeza. No hubo resistencia, antes de que el haz de energía impactara de lleno en su cara. Cuando el humo se hubo disipado la mitad había volado. Los ojos se apagaron; los servomecanismos de simulación de expresión estaban a la vista; los músculos sintéticos, sin recibir señales del cerebro evaporado, fueron incapaces de mantener por más tiempo erguida la cabeza, que cayó sobre el pecho.
-¡Que alguien venga a limpiar esto!– dijo el funcionario. Miró al espejo, donde estaba seguro que alguien le escuchaba.– Otro más. A este paso tendremos que eliminar a todos los LKS. Habrá que estudiar cómo se ha producido esa alucinación en ellos, probablemente un fallo en su cerebro positrónico, pero está claro que no podemos permitir que sean comercializados a particulares ni usarlos en funciones en las que tengan que estar cerca de un ser humano. La sensación de maltrato es tan fuerte en ellos que hay un odio latente hacia nosotros que los hace peligrosos. ¡Inmigrantes, qué disparate!
Para cuando los droides de limpieza llegaron a la sala de interrogatorios ya había abierto un nuevo fichero para el siguiente: LKS-216. Aún quedaba mucho trabajo por delante hasta comprobarlos a todos.

sábado, 22 de agosto de 2009

Mañana lo dejo

Una vez colgados los tres relatos de 2009, comienzo a colgar los enviados al I Certamen Monstruos de la Razón. El de hoy corresponde a la categoría de Terror. Fue en el que más trabajé y en el que más esperanzas tenía depositadas. Sin embargo, no caló ni en el público ni en el jurado. He hecho algún cambio menor sobre lo presentado.


*****
¿Cuántas veces lo has oído decir a alguien? ¿Cuántas veces lo has dicho tú?
Yo mismo lo he hecho por lo menos cuatro o cinco veces, cansado ya de depender de un vicio como éste, incapaz de resistirme a él. No, no me mires así. No creas que no me importa lo que la gente dice de mí. Y lo peor es que tienen razón.
Aún recuerdo cuándo empecé con esto, hace ya unos cuantos años. Era joven, impresionable, quería parecerme en todo a mis nuevos amigos. Evidentemente lo conseguí, a mi pesar. Desde entonces no puedo deshacerme de este hábito que vosotros encontráis, cuando menos, molesto. A decir verdad a mí tampoco me apasiona pero, ¿qué puedo hacer?
Creo que soy algo así como un consumidor social. Sí, amigo mío, seguro que sabes de lo que hablo. Puedo estar limpio durante un tiempo, claro que sólo con una gran fuerza de voluntad y haciendo grandes sacrificios, para que todo se venga abajo en una sola noche. Ya sabes, donde fueres haz lo que vieres y todo eso. En el fondo creo que necesito que me acepten y, en los círculos en los que me muevo, con todas esas fiestas y largas veladas sin propósito, acaban surgiendo infinidad de oportunidades de sucumbir.
Sí, claro que he intentado dejarlo. ¿No te lo crees, verdad? Haces bien, yo tampoco lo creería si fuera tú. Pero es cierto. Y es condenadamente difícil.
Mira, esto funciona así: un día te levantas con el pie cambiado, algo que te lleva a cuestionar todo eso con lo que llevas tanto tiempo conviviendo. Te dices a ti mismo que esto no puede seguir. Buscas algo que te permita otra salida, lees libros de autoayuda, hablas con gente, incluso intentas dejar de frecuentar los sitios a los que vas, conocer a otras personas. Pero nadie puede ayudarte porque la fuerza de voluntad tiene que salir de dentro de ti y si no la encuentras no hay nada que hacer. Entonces te mentalizas, formas una coraza a tu alrededor y piensas que ya está solucionado. Pero soy débil, tengo que reconocerlo. Me abandono. Casi diría que me desenfreno. Y luego vienen los remordimientos. Es lo peor, porque durante unos días no dejas de darle vueltas a las cosas. Y ya está hecho, no hay vuelta atrás. A lo hecho, pecho, ¿no? Si eres suficientemente adulto para caer en el vicio, hay que serlo también para afrontar las consecuencias, así que de nada vale lamentarse.
Este ha sido mi caso. Y cada vez aguantas menos en tu propósito de enmienda, te lo puedo asegurar. Ahora llevo más de dos semanas limpio. Está siendo horrible. Cada noche se hace interminable, es imposible descansar mientras trato de pasar el tiempo oyendo música, leyendo, fumando, lo que sea para tratar de no pensar en ello. Tengo dolores de cabeza continuos, como si me clavaran puñales en el cráneo, tan intensos que a veces tengo alucinaciones Y sed, sobre todo tengo sed.
Por eso estamos aquí, querido, para saciar mi sed. Y resulta que tu sangre es lo único que puede calmarme.
Lo siento por ti, porque no tienes la culpa de que yo sea como soy, lo que soy, y por tu mala suerte al encontrarme aquí. Cuando vi la buena noche que hacía decidí salir a pasear un rato a airearme. Pensé que si elegía las calles más solitarias, no habría ningún problema., me alejaría de la tentación. Funcionaba hasta ahora.  Si no te hubieras acercado para preguntarme la hora tendría que haber aguantado una noche más.
No temas, apenas sentirás nada. Cuando hunda mis dientes en tu cuello será como apagar la luz y echarte a dormir. Sin dolor. Te lo prometo.
Además, ¿sabes qué te digo? Mañana lo dejo.
Palabra.

jueves, 20 de agosto de 2009

Daño colateral

Cuelgo hoy el tercer relato presentado al II Certamen Monstruos de la Razón, esta vez en la categoría de Ciencia Ficción. No es muy largo y la idea tampoco es original, pero he intentado tomármelo con un poco de humor.



*****
Pasó la tarjeta de identificación por el lector electrónico que, tras unos instantes, abrió la esclusa dejándole paso libre. Ya comenzaba a agobiarle tanta seguridad. Todos los días, cada descanso, cada cambio de turno, era un suplicio debido a la infinidad de controles que debía pasar para llegar a la zona de descanso desde su lugar de trabajo. No estaba sorprendido, en cualquier caso, ya que las amenazas de sabotaje eran continuas en un proyecto de estas características.

Llevaba ya más de dos años trabajando día sí y día también, con turnos de dieciséis horas y apenas una decena de días libres en todo ese período. Como la inmensa mayoría de sus compañeros, había sido reclutado en su planeta natal y llevado al astillero en el que comenzó a construirse la superestructura. Catorce meses después, con los sistemas de navegación y propulsión totalmente operativos, la gigantesca nave abandonó las instalaciones con más de veinticinco mil trabajadores a bordo que continuaron con sus labores diarias. Pero la paga era buena y tenía pocas oportunidades de gastar, así que…

Se decía que los militares se estaban haciendo cargo de los sistemas de control tan pronto como estaban terminados. Y aunque pocos se atrevían a decirlo en voz alta, y nadie tenía pruebas de ello, los ingenieros de alto nivel implicados en los sistemas y subsistemas primordiales habían ido desapareciendo. Según se comunicó a los trabajadores a su cargo, se habían retirado y disfrutaban de un merecido descanso en alguno de los planetas de recreo más conocidos.

Los trabajos estaban a punto de finalizar. Las primeras pruebas de funcionamiento habían resultado satisfactorias y se estaban puliendo los últimos detalles. Su labor estaba en las últimas etapas del proceso y por primera vez en muchos meses disponía de algo de tiempo libre.

Caminaba con ligereza por los pasillos pasando de cuando en cuando los sempiternos controles, algunos de los cuales contaban con puestos de guardia militar. De hecho, si echaba un poco la vista atrás, los controles militares eran cada vez más numerosos y sustituían a gran cantidad de controles civiles.

Había bastante movimiento de tropas en el interior del enorme complejo, principalmente de infantería pero también habían visto unos cuantos centenares de pilotos de combate. Se decía que llevaban una escolta de varios destructores estelares, pero no era más que un rumor por confirmar, ya que no había mamparos que tuvieran visión al exterior ni los trabajadores tenían acceso a las salas de control y detección. Incluso se rumoreaba que el mismísimo Comandante Supremo se encontraba a bordo de uno de los destructores. No obstante el rumor parecía exagerado, pues nadie en su sano juicio se enfrentaría a la potencia de fuego de la estación de combate, aún sin estar plenamente operativa, así que la necesidad de una escolta tampoco estaba clara.

Llegó a la sala comunal donde saludó sin detenerse a algunos conocidos. Recogió uno de los ejemplares del periódico que se editaba diariamente para mantener entretenidos a los trabajadores y que con total seguridad estaba convenientemente censurado y extrajo un café con leche, largo de café, en vaso de plástico de la máquina expendedora. Sin azúcar. Se escaldó los labios al probar el café y maldijo para sus adentros.

-¿No te sientas con nosotros, Davey?

- ¡Dame un rato Jonas, voy al tigre y vuelvo a tomarme algo! ¡Llevo tres horas aguantándome y ya no puedo más!

Ambos rieron a carcajadas y se llevaron la mano a la sien, emulando un saludo militar. Davey se dirigió entonces a los lavabos y entró en un cubículo vacío. Bajándose los pantalones, se sentó en el retrete y abrió el periódico por las páginas de deportes con un gruñido de satisfacción.

En ese mismo momento, por uno de esos azares del destino, se produce un hecho cuya probabilidad es menor que una entre varios millones. El héroe de la Rebelión, sin duda fumado hasta las cejas, oye una voz en su cabeza que le guía a través del conducto de ventilación hasta el reactor principal del complejo. Evidentemente, un incomprensible fallo de diseño básico. Por si esto fuera poco sortea con su destartalada nave las ultramodernas defensas antiaéreas y a la escuadrilla de cazas que se ha lanzado en su persecución, pilotada por la élite de la Flota Estelar. Al acceder al núcleo arroja unas cabezas termonucleares que contra toda esperanza dan en el blanco produciendo una explosión en cadena, y con una potra que seguramente no volverá a verse en mil años accede a otro conducto que le saca del interior de la masa de acero. Ni él se lo cree. Manda narices.

miércoles, 19 de agosto de 2009

El demonio en la botella

Hoy traigo otro relato para el II Certamen Monstruos de la Razón. Esta vez corresponde a la categoría de Terror. La idea vino cuando leía uno de los números de la colección clásica "Joyas Literarias Juveniles" de Bruguera (colección recomendable en todos los sentidos).


*****
Harry Ventour camina a paso vivo.

Vuelve la cabeza frenéticamente a uno y otro lado, mirando por encima del hombro con ojos muy abiertos como si pudiera taladrar el espeso cuerpo de la niebla que sube del río. En voz baja maldice su suerte, que le ha hecho encontrarse en la calle a estas alturas de la última noche del año. No debía haberse entretenido tanto en la taberna de Paddy Maloney, se dice, por muy buena cerveza negra que sirviese y por más que ésta se suba a la cabeza con más rapidez que las faldas su hija Katy.
Está a punto de resbalar en el húmedo suelo, así que se detiene a recuperar el resuello. Las sienes le palpitan al mismo ritmo que su enloquecido corazón, mientras que el sonido de su respiración martillea en sus oídos y una neblina enrojecida se entremezcla con la fantasmagórica niebla. Mira hacia arriba tratando de tranquilizarse, hacia la mortecina luz de un solitario farol de gas, mientras los sonidos parecen amortiguarse antes de llegar a él, envuelto en el blanco sudario.
No por primera vez escucha un ruido como de pasos que se detienen un poco más allá del umbral de su visión. Esforzándose en acallar las palpitaciones, aguza el oído. “Nada”, piensa, “debe ser mi imaginación”. No obstante habla con un susurro que parece expandirse en la oscuridad. “¿Hay alguien ahí?”, dice. Cree oír unas palabras, apenas audibles, en un idioma que desconoce. Mira a su alrededor con ojos temerosos, pero pronto se reprende. “Demasiada cerveza, viejo. En un rato estarás en tu cama y te reirás de todo esto”. Ensaya una carcajada que suena más a un graznido y que no le consuela.

***

Recuerda entonces el calor de la taberna y el agradable olor del tabaco para pipa, el tacto de la jarra de cerveza fría en la mano y el suave toque de la espuma en los labios. Al fin y al cabo no ha sido una Nochevieja tan triste como temía. Se habían juntado los habituales, John Tres Piernas, William Radcliffe, Homer Galloway y él mismo. Se habían hartado de pavo relleno y de frutas confitadas, todo regado con buena cerveza y aderezado con alguna copita de licor. Hasta que poco a poco los parroquianos fueron desfilando y lo de Paddy se fue vaciando. Decidió entonces quedarse y apurar otra pinta, y aún no se había arrepentido lo suficiente.
La vieja Mary Hallaster había entrado tambaleándose, borracha como una cuba. Paddy trató de convencerla para que se fuera a su casa, pero ella armó un escándalo. Gritaba a Paddy todo tipo de improperios y le golpeaba el rostro, tratando de arañarle. El tabernero, molesto, le agarró las muñecas y la empujó quizá un poco más violentamente de lo necesario teniendo en cuenta la edad y las condiciones en que se encontraba la mujer. Mary cayó al suelo, golpeándose duramente las posaderas y provocando las risas de los hombres presentes. Le habría valido más haberse mordido la lengua que decir lo que dijo:

- Vieja, vete a tu casa y no hagas más el ridículo –dijo para a continuación sorber ruidosamente un buen trago de cerveza.

Los hombres redoblaron sus risas y el rostro de la mujer se volvió rojo como la grana. Reuniendo la poca dignidad que pudo, se levantó y le habló. Dios, cómo le habló.

- Harry Ventour, haces mal en reírte de una pobre anciana – le espetó. –Estás ahí sentado, bebiendo cerveza y creyéndote muy listo. Crees que lo sabes todo, pero no es así – rió con su boca desdentada, un sonido muy desagradable por cierto. -¿Sabes acaso que muchos hombres encuentran a su demonio en el fondo de una jarra de cerveza? ¿Eres suficiente hombre para enfrentarte a él?

Y le escupió, apresurándose a salir de la taberna al frío de la noche. Las risas cesaron, mientras todos le miraban limpiarse la cara con el dorso de la manga. Quiso aparentar tranquilidad, pero le temblaba la voz.

- ¡Bah! ¿Quién quiere hacer caso a una vieja loca y borracha? ¡Habráse visto semejante disparate!

Rió, pero nadie le acompañó. Y su risa se desvaneció, como un mal augurio. Se le quitaron las ganas de beber y no volvió a tocar la jarra. De vez en cuando miraba el fondo a través del cristal y en alguna ocasión creyó ver algo. “El cansancio me nubla la vista”, se dijo. Hasta que se levantó, se despidió y se encaminó a su casa.

***

Lo recuerda todo como si acabara de pasar. Y continúa desasosegado. Cuando empieza de nuevo a caminar, después de dos o tres pasos, oye otros por detrás de él. Al principio cree que son los ecos apagados de los suyos, pero luego nota que el ritmo no es el mismo. Se detiene, pero los pasos continúan acercándose a él, sigilosos. Los nota más cerca, si bien no se oyen mejor. Se gira entonces. Nadie. Grita otra vez “¿Hay alguien ahí?” y entonces cree percibir una risa apagada. Su corazón se agita y se lleva la mano al pecho. “¿Hay alguien ahí?”. Se le crispa la garganta. “Harry…”

***

El Times no se hace eco en primera página. Por descontado. Hay que rebuscar en las profundidades del periódico, pero allí está, bien visible a los ojos avisados.

“Aparece muerto el cuerpo de un hombre en el Distrito…”

“…Según las primeras investigaciones, tal era su estado de embriaguez que debió caer al suelo y se golpeó con fuerza la cabeza…La sangre manó profusamente de la herida…No hay señales de violencia….Ojos abiertos desorbitados por el terror…Trató de escribir con su sangre… DEMON…Todo indica un caso delirium tremens que deriva en ataque cardíaco…”

La vieja Mary, arrebujada en un rincón del Albergue para Indigentes dobla con cuidado el periódico y sonríe, los ojos chispeantes, al dejarlo sobre la mesa.



martes, 18 de agosto de 2009

Carcelero fiel

Ha terminado el plazo para la presentación de relatos en el II Certamen Monstruos de la Razón. He presentado los míos a las tres categorías (fantasía, cifi, terror) y os los iré presentando aquí.
Hoy toca el primero, englobado en la categoría de Fantasía. Un guiño al cliché del orco y el elfo.

*****
Dejó resbalar el astil de su alabarda hasta apoyar el extremo recubierto de metal en las losas húmedas del suelo del corredor. Recostando la espalda en el muro, echó hacia atrás el yelmo de hierro y se rascó el hirsuto cabello con un ahogado gemido de placer. Buscó en los bolsillos bajo el coselete hasta encontrar una arrugada bolsa de picadura de tabaco negro y lió un pitillo. Al encenderlo, el humo acre se metió en sus ojos amarillos y le hizo lagrimear y contener un súbito ataque de tos. No se trataba ni mucho menos del afamado tabaco de los elfos, con su agradable aroma y que en alguna ocasión había podido probar, pero era tan fuerte que le hacía sentir vivo. Entre calada y calada dejó vagar libremente sus pensamientos mientras pateaba alternativamente con uno y otro pie para entrar en calor. El eco del golpeteo de las suelas metálicas de sus botas resonaba en sus oídos como un gong, pero estaba acostumbrado.

Estar en retaguardia tenía indiscutibles ventajas. Dormía siempre en un camastro caliente, bajo techo, al contrario que sus compañeros allá en el frente, que muchas veces tenían que aguantar la luz del sol sobre sus precarias tiendas de campaña. Comía el rancho con regularidad y en abundancia, si bien es cierto que con poca variedad en las viandas, pero esto sería siempre mejor que forrajear. Además estaba cerca de su choza y podía escaparse a ver a sus pequeños bastardos durante los escasos permisos de que disponía, y retozar con su hembra.

A cambio se le exigía más bien poco. Como guardia de las mazmorras debía cuidar de los escasos prisioneros que allí se custodiaban. En su cultura guerrera ser prisionero era un deshonor por lo que normalmente se los ajusticiaba en el mismo campo de batalla, pero en ocasiones se capturaba a algunos notables que merecía la pena mantener cautivos para cobrar un rescate o, en el peor de los casos en que se dudara de poder cobrarlo, como fuente de diversión para el clan.

Las incomodidades eran minúsculas comparadas con los beneficios. Estaba seguro de ser un privilegiado y no deseaba gruñir en demasía, no fuera que su sargento se cansara de él y le enviara al frente con un lazo después de apalearle para ablandarlo. No sería el primero ni tampoco el último que tras una tranquila estancia en la guardia se viera enfrentado a una horda de vociferantes guerreros fanáticos en reluciente armadura, con los ojos inyectados en sangre y aullando en su incomprensible lengua, luchando por su vida mientras sus propios oficiales se ensañaban a latigazos en sus espaldas para incrementar su ardor.

Estaba dispuesto a dejar pasar los desplantes de esos prisioneros que, aún estando cargados de cadenas, parecían pensar que eran seres superiores. Reía para sus adentros, pues no era él quien se revolcaba en sus excrementos ni tenía que dormir en una dura cama de piedra en una celda fría y húmeda. ¡Ya podían gritar e insultarle todo lo que quisieran, malditos elfos! Hablaban con palabras altisonantes y lo miraban con desprecio y odio en sus ojos de pupilas dilatadas. Visión en la oscuridad, decían ellos. ¡A otro huargo con ese hueso! Como si estar masticando continuamente hierbas no tuviera nada que ver. Algún día confiscaría uno de esos paquetes que enviaban las familias de los reos y las probaría. Y ya de paso, a lo mejor podía echar mano a alguna botella de fino. Había que reconocer que estos desgraciados sabían cuidarse. En cambio el pan del camino se lo podían meter donde les quepa, tan empalagoso que le dejaba la boca pastosa el resto del día.
Suspiró, echando una última calada antes de apagar el pitillo con un sonoro ¡clang!. Era hora de llevar el rancho al número doce y aguantas sus peroratas. Ya estaba harto de oír que en las naciones élficas un elfo podía medrar por su valía y no por su cuna; o que los castigos corporales y los sacrificios a los dioses estaban prohibidos; o que los magos utilizaban su poder para el beneficio de los demás; o, esto le hizo especial gracia cuando lo escuchó por primera vez, que un macho podía estar seguro de que sus crías eran realmente suyas. Las fantasías del número doce eran incontables y probablemente estaba un poco ido de la olla, pero a veces le hacía reír. ¿Acaso pensaba que se tragaría semejantes bolas?

Miró el reloj de la sala de guardia mientras recogía el manojo de llaves y se ajustaba el casco. Ya quedaba poco para el cambio de turno y volver a casa, un día más. Al fin y al cabo, ¿dónde podía estar un orco mejor que con su familia?

jueves, 13 de agosto de 2009

El Zurdazo

¡Vaya sorpresa!
Resulta que hoy, 13 de agosto, es el Día del Zurdo. Tanto tiempo sometido a la dictadura del diestro y por fin se nos reconoce el sufrimiento de vivir en un mundo al revés.
Aproximadamente el 10% de la población es zurda, y según estudios la esperanza de vida es unos 2 años inferior a la de un diestro. ¿Por qué? Estrés, mayor incidencia de accidentes de trabajo... Todos los gestos cotidianos están pensados para los diestros: conducir, abrir la puerta, comer, manejar un ratón de ordenador, escribir... La iluminación de los locales está pensada para que la luz ilumine el lado izquierdo, así la mano derecha no proyecta sombra sobre lo escrito... Las tijeras, los calibres de medida (probad a medir el diámetro de una tubería con la mano izquierda), tocar la guitarra (habría que cordarla al revés). Son innumerables los atentados al zurdo en la sociedad de hoy en día.
Cuando compré los muebles de mi despacho coloqué la mesa de tal forma que la luz me entrara por la derecha. Todo el mundo me decía que lo había hecho al revés. ¡Ja!
Y parece que somos, de media, más inteligentes y creativos. ¡Qué cosas!
Pues nada, felicidades a todos los zurdos.

jueves, 6 de agosto de 2009

Tal día como hoy

El 6 de agosto de 1945 se arrojó la primera bomba atómica sobre Hiroshima. El arma de mayor poder destructivo de la Historia se presentó en sociedad, para sonrojo de la Humanidad.
Los datos de víctimas mortales varían. Parece que unos 80.000 murieron directamente por efecto de la explosión, y posteriormente la cifra se elevó a 140.000 debido a las heridas o la radiación. La ciudad prácticamente fue destruida.
La decisión de arrojar la bomba es discutible. Probablemente se ahorraron vidas, pues la perspectiva de una guerra de desgaste contra Japón era igualmente indeseable y previsiblemente gravosa para ambos contendientes. Mucho más discutible fue la utilización de un segundo artefacto sobre Nagasaki, con Japón aterrorizado y mucho más proclive a la firma del armisticio. Aquí probablemente entraron en juego consideraciones geopolíticas de alto calado, y un más que probable aviso a navegantes, un mensaje directo a Stalin.
Lo que no cabe duda es que el comienzo de la era nuclear tuvo efectos beneficiosos en su utilización civil como fuente energética, tanto como riesgos a la propia supervivencia del planeta y la amenaza de un holocausto nuclear.
Japón recuerda hoy, nosotros también.