viernes, 15 de junio de 2012

Café para todos

Este mes de junio está siendo un verdadero tour de force (o como se escriba en gabachois) para mí. Muchos kilómetros, fechas de entregas apretadas, reuniones sin sentido que me hacen perder el tiempo... Lo justo para que vomite al levantarme, como suele ser habitual en estos casos. 

Pensaba actualizar mis Historias de Iramar con el comentario del último libro que acabo de leer de Pratchett, pero las noticias económicas con las que nos están bombardeando, me han hecho cambiar de idea. 

No trataré el rescate-que-no-es-rescate, ni el miedo a que vengan los MIB de Merkel y nos hagan la caidita de Roma (curioso, que Monti se está poniendo nervioso ahora que se contagia su Italia) y nos dejen el finstro como la bandera del Japón.

El título de la entrada es la expresión que se ha extendido para definir este sinsentido nuestro del Estado de las Autonomías, o cómo unos bienintencionados padres de la patria no se atrevieron a hacer lo que seguramente tenían pensado hacer (un estado federal, o confederal) pero tampoco a dejar las cosas como estaban. Necesitábamos integración, necesitábamos sumar, y para eso los nacionalistas (más bien regionalistas, porque irse, lo que se dice irse, no se van nunca) eran imprescindibles. No hay que culpar ni a unos ni a otros. Los primeros hicieron lo que pensaron que era lo mejor para el conjunto del país. Los otros, se limitaron a recoger lo que les ofrecían (para, acto seguido, continuar pidiendo, en un bucle que a día de hoy no ha encontrado su fin). 

Dicen que hemos gastado lo que no teníamos (no deja de hacerme gracia la frasecita) y nuestra devaluada clase política no para de echarse los trastos a la cabeza. El "y tú más" es el análisis más profundo que vamos a escuchar en estos días. Y así nos va. 

Los bancos crujen y nadie sale a dar explicaciones. Total, ¿para qué? Ya se lo llevan tieso, con las indemnizaciones esas. Pero, bien mirado, la ineptitud no es delito. Si lo fuera, medio país estaríamos entre rejas y el otro medio... pues eso.

Nadie dice algo que no se quiere oir: que entre todos la matamos y ella sola se murió, esta España nuestra. Bueno, lo dijo el dueño de Mercadona y le crujieron por ello, porque a nadie le gusta que le señalen con el dedo. Las sesudas tertulias de pseudointelectuales que dominan cualquier tema por abrupto que fuera, decían que abrir el abanico de culpables era como no culpar a nadie. Chorradas. Ya se hizo con Alemania en la SGM, todos los alemanes eran nazis y tal. Pero nos negamos a admitir que todos los españoles la hayamos cagado. 

Y la vamos a volver a cagar, porque en este país (que se llama España, no lo olvidemos), el ladrillo era el motor y no nos resignamos a que deje de serlo. Las alternativas son escasas y poco satisfactorias (¿tejido industrial? no me hagas reír), así que más vale lo malo conocido...

Pensemos un poco y analicemos:
  • El ladrillo solucionaba el problema del paro. Tenías a la gente ocupada y te enorgullecías al mostrar las cifras: un 8%, toma, pleno empleo. Manda huevos, macho. Que cuando las cosas "iban bien" teníamos más de un millón y medio de gente que quería trabajar y no podía y tuviéramos los santos cojones de decir que eso era pleno empleo.
  • El tirón del ladrillo permitía un aura de optimismo que tiraba del consumo privado. Y el PIB por las nubes: un dos, un tres, un tres y pico por ciento... El Milagro Español.El de los panes y los peces, más bien.  Era cuando el del bigote se permitía dar consejos económicos al canciller alemán. Manda huevos, otra vez.
  • ¿Qué había problemas de dinero en un ayuntamiento? Nada, se clasificaban unos terrenitos y tira millas. Y el que venga detrás, que arree. 
  • IBI, plusvalías, patatines y patatanes eran lo que financiaban los dispendios desorbitados. 
¿Y qué hacía entonces el Pueblo?

Pues mira, me he comprado este pisito por 30 millones de las antiguas pesetas, pero es que en año y medio, como mucho dos años, lo vendo por 40 kilos de nada. ¿Cómo que esto es una burbuja? ¿qué va a estallar? ¡Anda, no seas cenizo!

Y los bancos y cajas ofrecían crédito como agua. El piso que comprabas por 30 millones se hubiera tasado en 20 o menos, si hubieran sido realistas. Pero ¡qué mas da, eso son formalides!, yo te financio el 100%, no sea que no te atrevas a comprar y no te pueda enganchar por 30 o 40 años de tu vida. Y, si eso, te doy unos cuantos kilos más, porque el piso habrá que amueblarlo, ¿no? Y no vas a ir con tu Citroën AX al garaje de tu flamante piso nuevo, ¿no? Que al principio los vecinos miran mucho esas cosas.

A ver, que echamos cuentas: sale la hipoteca por mil euritos de nada (de los que setecientos son intereses, que te quede clarinete). Ah, ¿que cobras 800 y tu churri 600? No te preocupes, que si tienes problemas me pides un crédito personal. Y si eso no basta, vendes el piso, que con lo que te den por él te compras otro mayor. Pero oye, vamos a poner aquí que si no me pagas (pero eso no va a pasar, no me lo creo ni yo) tus padres responden por ti. Una mera formalidad, ¿eh? Venga, échame una firmita y dame esa mano... Y firmaban.

Como lo oyes. Asi fue la cosa esta del ladrillo. A todo el mundo le venía bien y todos mirábamos para otro lado, hasta que estamos como estamos.

Menos mal que ayer le metimos cuatro a Irlanda. 

Que está mucho peor que España.

Pero mucho, mucho peor.

Dónde vas a ir a parar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario