domingo, 21 de octubre de 2012

Al borde del precipicio

Parece que fue ayer, y ya han pasado unos cuantos años, cuando el mundo (la Tierra, no el periódico) estaba polarizado en dos bloques antagónicos: la OTAN y el Pacto de Varsovia. 

Da vértigo pensar que para un quinceañero de la ESO, todo esto le suena a batallita del abuelo Cebolleta. Da vértigo pensar que los que vivimos todo eso ahora somos padres. 

No es la primera vez que el mundo vio una confrontación global de ese calibre (la Monarquía Hispánica contra todo lo que se movía en los siglos XVI y XVII; La Francia de Luis XIV contra Inglaterra, Austria, España, Holanda; Napoleón contra el mundo; La Triple Entente Cordiale contra los Imperios Centrales; El Eje contra los Aliados...)

En bastantes ocasiones hubo guerras entre los bloques antagónicos contemporáneos. Incluso guerras repetidas. Guerras que arrasaron poblaciones enteras.

La gran diferencia respecto a la OTAN-Pacto de Varsovia era que una guerra abierta representaba, potencialmente, el fin del mundo. Nunca antes en la Historia, los bandos beligerantes disponían de un arma que pudiera arrasar el planeta. Y lo que era más importante, la voluntad de utilizarla.



Durante casi cincuenta años vivimos permanentemente en el filo de la navaja, asistiendo a un tremendo pulso entre las superpotencias hegemónicas, los Estados Unidos de América y la Unión Soviética. Pulso que se reproducía en todos los aspectos de la vida: economía, política, deportes... Gracias a esa competitividad, llegó la Humanidad a la Luna.

Un buen número de conflictos de baja intensidad, en áreas de influencia que estaban en disputa. El mundo confiaba en que la disuasión nuclear bastaría como factor limitante. Al fin y al cabo, nadie en su sano juicio tensaría la cuerda más allá del punto de no retorno. ¿O sí?

Pero Fidel Castro expulsó a Fulgencio Batista de Cuba e instauró una dictadura que derivó hacia el comunismo militante. Probablemente fue empujado a ello, pero este hecho hizo que los Estados Unidos se sintieran amenazados. 

Hace ahora un poco más de 50 años, aviones espía estadounidenses descubrieron lo que parecía un despliegue de misiles soviéticos en Cuba. A esa distancia, el territorio norteamericano estaba en peligro. Durante los trece días que duró la crisis de los misiles de Cuba, el mundo asistió atónito a una escalada de tensión que parecía no tener fin y que iba directamente camino del precipicio.

La crisis de los misiles sería, probablemente, la vez en que se estuvo más cerca de una guerra nuclear total. Al menos que trascendiera a la opinión pública. No sabemos cuántas otras veces se estuvo tan cerca, o más, debido a errores humanos o de los sistemas de control...

Afortunadamente ya no existen esos bloques antagónicos y la nueva Rusia mantiene, aparentemente, el control del antiguo arsenal nuclear de la Unión Soviética. Solo países gamberros como Irán o Corea del Norte amenazan el equilibrio.

Lo que no tranquiliza, en absoluto.

domingo, 14 de octubre de 2012

El arte de destruir legados

Ya en varias ocasiones he visto cómo los autores de obras que podemos considerar de culto, se lían los trastos a la cabeza y se dedican a continuarlas, quizá en busca de reverdecer viejas glorias o, probablemente en la mayoría de los casos, por hacerse con un buen fajo de billetes.

La cosa ya viene de lejos. No hay más que recordar que Cervantes, después de ver cómo un tal Avellaneda se aprovechaba de su Ingenioso Hidalgo, decidió escribir una continuación. Lo que fue la segunda parte del Quijote, vamos.

Recuerdo también cómo Dumas, padre, continuó las andanzas de los tres mosqueteros más uno en Veinte años después. O cómo Arthur Conan Doyle tuvo que retomar a su personaje estrella, Sherlock Holmes, debido a la presion popular después de que creyera haberlo matado bien muerto en las cataratas de Weilerbach. 

En estos casos, la calidad de la continuación es al menos similar a la de su primera parte, así que no son un ejemplo de lo que quiero decir aquí: continuaciones que son manifiestamente inferiores a sus originales, o cómo se puede destrozar un legado que ha costado mucho construir. 

Vamos a ver algunos ejemplos:

Larry Niven escribió Mundo Anillo en 1970, ganando los premios más prestigiosos de la Ciencia Ficción. Aunque la historia no era gran cosa, el atractivo que supone la descripción del mundo con todo lujo de detalles y con una base científica sólida (quiero decir, si realmente se pudiera construir un mundo así), era suficiente para mantener el interés. En 1980 (véase el lapso temporal, un hecho que se repite en estos ejemplos) llega Los ingenieros de Mundo Anillo. Esta segunda parte carece de la misma base argumental sólida, pero además pierde el efecto sorpresa producido por la ambientación. No contento con esto, en 2004 y 2005 aparecen la tercera y cuarta partes, ya totalmente prescindibles (de hecho, no he leído la cuarta, visto lo visto). 

En la década de 1950, Isaac Asimov escribe la trilogía original de la Fundación, compuesta por Fundación, Fundación e Imperio y Segunda Fundación. Arrasó con premios y menciones especiales, y aún hoy se la considera una de las obras más influyentes de la Ciencia Ficción. Pero esto no fue suficiente para el bueno doctor, sino que en la década de 1980 escribió y editó Los límites de la Fundación y Fundación y Tierra. No tienen nada que ver con la trilogía original y además trata d conectar, un poco con calzador, con sus series de Robots y del Imperio Galáctico. El resultado es más bien desigual, con las tres primeras obras muy por encima en calidad respecto a sus sucesoras. Y de las otras novelas de la serie, escritas por terceros, mejor no hablar. 

Allá por 1977, un tal George Lucas dirige La guerra de las galaxias. La peli se convierte en un fenómeno de masas, como lo fueron El Imperio contraataca (uno de los pocos ejemplos de segundas partes que mantienen el tono de una trilogía) y El retorno del jedi. Podía haberse quedado así perfectamente, a pesar de periódicas revisiones únicamente destinadas a engrosar el tamaño de su cartera, pero a finales de la década de 1990 y principios del siglo XXI, perpetra una segunda trilogía, correspondiente a los episodios I, II, III (recordemos que La guerra de las galaxias era el episodio IV). A pesar de las ventajas de las nuevas tecnologías, esta serie es decepcionante en todos los aspectos: actores, personajes, historia... Genera ciertas incongruencias y no satisface más que a los más fanáticos. 

¿Por qué tú odias misa?


Años más tarde, el mismo Lucas dirige En busca del arca perdida, la presentación en sociedad de un tal Indiana Jones, uno de los héroes icónicos del cine. Luego llegarían Indiana Jones y el templo maldito e Indiana Jones y el santo grial. La segunda parte resultó ser un poco pobre, no así la tercera que presentaba al padre del Dr. Jones en la persona de Sean Connery (¿recordáis que hubo una época en que este tío tenía que estar en cualquier peli que se preciara?). También podía haberlo dejado ahí, pero no. Tuvo que perpetrar la infame Indiana Jons y la calavera de cristal. Otra cagada, con la gravedad de que el amigo Lucas es reincidente. 

¿Qué puede ocurrir si a la Rowling se le ocurre, digamos dentro de diez o quince años, retomar a nuestro querido Harry Potter? 

¿Qué puede hacer a un autor arriesgarse a enfangar así su legado?

Son cuatro ejemplos, pero seguro que hay muchos más.


domingo, 7 de octubre de 2012

La Gran Armada

El último libro que he terminado en estos días ha sido el ensayo La Gran Armada, de los británicos Colin Martin y Geoffrey Parker, y que trata de la que en su día se llamó La empresa de Inglaterra, luego fue La Grande y Felicísima Armada y finalmente La Armada Invencible, con socarronería británica.

Como en otras ocasiones, manda narices que tengan que ser unos sajones herejes a enseñarnos nuestra Historia. Sí señores, Mr. Martin y Mr. Parker son unos de los mayores expertos en ese suceso que pudo cambiar el rumbo de la Historia del Mundo.

Ojo, esta no es la portada de la edición de Círculo

La historia debería ser por todos conocida: en 1588 zarpó del puerto de Lisboa la mayor Armada jamás flotada por la Monarquía Hispánica. Su destino, el Canal de la Mancha, donde debería conectar con el Ejército de Flandes del duque de Parma, Alejandro Farnesio, uno de los mejores generales de su tiempo. El objetivo final, la conquista de Inglaterra. Y, si la conquista no fuera posible, forzar una paz favorable. 

El resultado también debería ser conocido por todos: la Armada y el Ejército de Flandes no pudieron conectar, así que Parma no fue capaz de cruzar el Canal. La amenaza española desapareció tan pronto como vino, y los barcos se enfrentaron a un horrendo viaje de vuelta a través del Mar del Norte y la costa occidental de Irlanda. 

Para la Historia, la supuesta ineptitud del duque de Medina Sidonia, que se encontró con el mando de la Armada tras la muerte del marqués de Santa Cruz. Y también la supuesta cita de Felipe II, una vez supo del fracaso: "No envié mis naves a luchar contra los elementos".

Los autores nos muestran un cuadro meridianamente claro, no solo de la empresa en sí, sino también de los factores geopolíticos que llevaron a ello. Luego nos desvelan qué ocurrió durante la travesía del Canal y finalmente explican qué pasó durante el viaje de retorno. 

Todos los capítulos vienen trufados de notas al pie, todas ellas dando base documental a las afirmaciones, citas y demás que nos están mostrando. Y es que la base documental es ciertamente apabullante. 

Y, para terminar, un poco de historia ficción, un capítulo de ¿Y si...? En este no se trata muy en detalle, sino que se esboza lo que podría haber sido el progreso de la invasión. Eso sí, dejan claro que si el Ejército de Flandes, con más de 20.000 avezados veteranos, hubiera puesto un pie en Inglaterra, la reina Isabel no habría tenido argumentos bélicos que oponerle. Los autores son realistas y piensan que la conquista no habría sido posible, pero el segundo objetivo de obtener una rendición y una paz honrosa se habría alcanzado con una relativa facilidad.

En resumen, es un libro que se lee con agrado (lo más lioso es pasar páginas atrás y adelante para consultar las notas al pie de cada capítulo), bien documentado y bien expuesto. A pesar de que los autores sean sajones...

Un bien merecido ocho, y recomendable para aquellos que quieran aprender un poco más sobre el tema.

Otro acierto en esa selección a ciegas que, cada dos meses, me ofrece la revista del Círculo de Lectores.