domingo, 26 de mayo de 2013

Snuff

He leído la que, por el momento, es la última novela del Mundodisco traducida al español. Snuff. Está protagonizado por el Comandante de la Guardia de la Noche, Samuel Vimes, durante su período vacacional (muy a su pesar) en las posesiones que su mujer Lady Sybill tiene en la bucólica campiña ingle... esto.... ankh-morporkesa. 

Unas semanas de bien merecido asueto, aunque él no lo vea así. Unas jornadas para disfrutar de la familia en la casita del campo... con Willikins (personaje bastante sorprendente y que podría dar mucho juego) y otros doscientos sirvientes más... Lo que se dice estar solos en la alta sociedad, mientras el joven Sam descubre un talento innato por el coleccionismo y la clasificación de distintos tipos de caca (un poco escatológico sí es, sí...)

Pero, como era de esperar, las cosas no se desarrollan como parece previsible. Un asesinato, una desaparición, muchos sospechosos, la campiña y el detective... Todo muy Agatha Christie, pero con el toque Pratchett que nos gusta tanto. Y si el detective es uno de nuestros personajes favoritos, para qué queremos más...


Vimes, al timón del Portento de Chichi






La cosa se complica, sin embargo, si la víctima resulta ser un trasgo. Aquí tenemos ciertos toques de denuncia social, condena del racismo y los prejuicios ante nuestros semejantes, y con ciertas pinceladas que recuerdan al descubrimiento de los campos de concentración nazis al final de la Segunda Guerra Mundial. Me refiero a aquello de yo no sabía nada de lo que estaba pasando aquí, esa especie de mantra que muchos civiles alemanes repitieron y se repitieron hasta la saciedad, aunque las columnas de humo negro que se desprendían de las chimeneas fueran, al menos, un poco raritas....

Si a esto añadimos una pizquita de epopeya del Misissippi, con sus barcos de paletas (aquí tambíen tuneados como lo requiere el Mundodisco), tenemos un cuadro de lo más pintoresco. 

Por momentos hilarante (pero esto no es una sorpresa, claro), en otras ocasiones provoca la reflexión del lector, lo cual no está nada mal (y tampoco sorprende), pero no acaba de llenar. Quizá porque el malo maloso es un poco bluff. Mucho ruido y pocas nueces, que diría otro. Y que en alguna ocasión me perdí un poco el sentido de tanto deambular por la campiña. 

Por argumento y referencias, se podría decir que es una continuación de ¡Zas!, pero a mí me gustó bastante más que Snuff. Que no es mal libro y no puedo dejar de recomendar, claro. Pero que, tras mucho pensarlo, tampoco llega al ocho y se queda en un bien merecido siete.

viernes, 24 de mayo de 2013

Me llamo Íñigo Montoya ytalytalytal

Nostalgia y calidad.

Ese Mandy Patinkin (Gideon en Mentes criminales, Saul en la actual Homeland), esgrimista español, que busca al hombre de seis dedos que mató a su padre, maestro espadero.

Hola. Me llamo Íñigo Montoya. Tú mataste a mi padre. Prepárate a morir.

Una vez, y otra, y otra más. Como un mantra del que coger fuerzas. Una mezcla de coraje, resolución y cabezonería. Y, por supuesto, una de las razones por las que ver La princesa prometida sigue siendo una delicia aún veintiséis años después de su estreno. 



Personajes como Vizzini, el taimado siciliano que urde un plan perfecto para luego ser testigo de cómo se derrumba como un castillo de naipes. ¡Inconcebible!, diría él, aunque es más que probable que no sepa lo que significa en realidad esa palabra; o Fezzik, el gigantón de buen corazón encarnado por el mítico luchador André, el gigante; el milagroso Max, un irreconocible Billy Crystal, rezumando rencor contra el príncipe Humperdinck; la bella Buttercup (¿?), encarnada por la no menos bella Robin Wright (antes Penn), la princesa prometida que da título a la cinta y que no se rinde jamás de esperar al amor verdadero; Westley, a.k.a. Pirata Roberts, que vuelve de la muerte para rescatar a su amada; o el malo maluto, conde Rugen, que se enfrentará a la muerte, con la cara de Íñigo Montoya, cerrándose el ciclo. 

Tres ¿amigos?


Una historia de amor y aventuras, narrada por un abuelo (Peter Falk) a su nieto enfermo (Fred Savage), al hilo de la mejor fantasía. Héroes, bellas princesa, malos malísimos. El bien contra el mal. Blanco contra negro. 

Genial. De verdad.

¿Es guapa o no?


Con la no menos genial banda sonora de Mark Knopfler (tengo olvidado hacer una entrada de mis queridos Dire Straits, pero ya llegará), capaz de hacer que la música se funda con la imagen, hasta el punto que ambas van de la mano.

¿Se nota que la película me encanta?

25 aniversario: foto de familia. En el centro, el actor que se comió a Mandy Patinkin


Pues sí. Da igual cuántas veces la haya visto, o cuántos años hayan pasado desde la última vez. Cada nuevo visionado es especial. Como lo fue el último, por la televisión, hace unas pocas semanas. Esta vez la vi con mi niña, que se enganchó a la historia como pocas veces, con la boquita abierta y los ojos brillantes. Me acabó de convencer de que la historia agrada a niños y mayores, porque las películas que abordan la fantasía y la imaginación para todos los públicos.


El tiempo pasa...




...para todos

¿Qué más puedo decir? 

Casi doscientos mil votantes le han puesto una nota media de 8,1 en la web imdb. Yo voy más allá. Un nueve como la copa de un pino.

domingo, 19 de mayo de 2013

La marca del meridiano

De nuevo Círculo de Lectores me trajo a casa un libro, el pedido del bimestre. En este caso fue el último Premio Planeta, La marca del meridiano de Lorenzo Silva.

En esta ocasión no fue un tiro a ciegas, sino que ya había leído algo de Silva, La estrategia del agua, y conocía a sus protagonistas Bevilacqua y Chamorro, de la que La marca del meridiano es fiable continuación. 



En esta ocasión, nuestros picoletos favoritos son llamados a la acción para descubrir los asesinos de un compañero de empresa, retirado ya, que además fue brutalmente torturado antes de ser ejecutado. El que el finado fuera además amigo y mentor de Bevilacqua al principio de su carrera, proporciona una dosis adicional de urgencia a la investigación. Investigación que nos llevará desde Madrid hasta Logroño y Barcelona, todo aderezado con una vuelta al pasado de Bevilacqua que tendrá tanto mayor sentido cuanto más avancemos en la lectura. 

Como la anterior, ésta novela no es un whodunit al uso. El autor no nos va dejando pistas en dosis adecuadas para que luego todo encaje como un puzle, sino que más bien somos espectadores de cómo los protagonistas investigan, con la ayuda de los grupos de apoyo y comandancias de los lugares que visitan. La cosa se complica con los de Asuntos Internos y todo esto nos lleva a un desenlace algo precipitado, la verdad, y que deja una sensación un tanto ambigua. Pero tampoco es que el libro sea tan largo como para poder desarrollar mucho más.

Eso sí, paja no hay. La lectura es rápida y la información que recibimos no incluye densos párrafos ni descripciones ni... paja. Lorenzo Silva es un escritor directo, que va al grano y que guía la historia al punto que debe llegar, en el momento que debe llegar. Tampoco es autor de artificios ni de engaños, lo que se ve es lo que hay. Punto.

Ha sido un pasatiempo agradable, pero poca cosa más. Eso sí, ¿para cuándo una serie de televisión de Bevilacqua y Chamorro? Creo que hay ahí una muy buena base para una temporada, diez o doce capítulos, de buen nivel y bastante atractiva. Merecería la pena la inversión, pienso yo, porque tampoco hay buenos elementos policíacos de producción propia.

El título, La marca del meridiano, supongo que hace referencia al arco que cruzan los protagonistas cuando circulan por la A-2 en dirección Barcelona y que marca la posición del meridiano de Greenwich. Posiblemente una metáfora del pasado que alcanza a Bevilacqua y su posterior liberación del mismo.

Bueno, Lorenzo Silva ha ganado el Planeta. Yo le doy un seis, pero lo recomiendo como lectura veraniega sin mayores pretensiones.

domingo, 12 de mayo de 2013

Going postal (TV)

Última adaptación que la cadena de televisión Sky TV(cronológicamente hablando, se entiende) de las novelas de Terry Pratchett del Mundodisco, en España el título hubiera sido Cartas en el Asunto.+


La novela, la número 33 de la serie, fue la primera aparición del personaje de Húmedo von Mustachen (Moist von Lipwig en el original), rufián estafador al que lord Vetinari ofrece una última oportunidad mientras realiza un servicio al estado: la reorganización de la Oficina de Correos.

No hablaré mucho del argumento, porque ya reseñé en su día la novela, aunque sí recordaré el aire romántico que mantiene continuamente la historia y que se ve reflejada a la perfección en la adaptación televisiva. El correo ordinario frente al correo electrónico (en este caso, las torres de clacs que envían mensajes por todo el Mundodisco a la velocidad de la luz...), las sensaciones, las historias...

¿Quién puede sellar un correo electrónico con un beso?

¿Quién puede humedecer la tinta de un correo electrónico con sus lágrimas?

¿Quién puede guardar una flor entre las hojas de un correo electrónico?

Sí, amigos. Moist von Lipwig es un romántico empedernido, a la par que un embaucador que manipula a las masas como un alfarero el barro. Es un artista en lo suyo y lo sabe. Hasta que se enfrenta a las consecuencias de sus, en apariencia, inocentes acciones: bancarrotas, suicidios, miseria... Algo se rompe dentro de él y se convierte en adalid de los pobres. Bonita historia.

Moist von Lipwig


La adaptación es soberbia. Empezando por los decorados, los personajes, la fidelidad a la historia... Esto no es nuevo, sin embargo, pues las tres adaptaciones son sobresalientes en ese sentido.

Reacher Gilt, el maluto y dueño de los clacs


El elenco de actores tampoco va a la zaga. Además de los habituales actores ingleses con toneladas de oficio y experiencia, pero desconocidos en nuestro país, tenemos algunos que si nos suenan. Por ejemplo el actor que encarna al maluto de la historia, Reacher Gilt, y que no es otro que el televisivo David Suchet (el Poirot de Agatha Christie), que logra un personaje muy logrado. Otro ejemplo es Charles Dance, al que hemos visto como secundario en multitud de ocasiones y hoy es Tywin Lannister en la tremenda Juego de Tronos.

La musa, Adora Bell Dearhart


Aquí diré que, aunque Charles Dance está bien en los minutos de metraje que tiene, me gustó mucho más el Vetinari de Jeremy Irons en El color de la magia. Creo que es bastante más fiel a la descripción de los libros.

Como es habitual, la adaptación dura tres horas divididas en dos capítulos de hora y media y que se emitieron originalmente en días sucesivos. La duración es más que respetable y permite adaptar la novela sin apresuramientos.

Al igual que Hogfather no es uno de mis libros favoritos, Going Postal sí lo es. Quizá esto pese en mi valoración de la adaptación, pero creo que bien merece un ocho.

Echadle un ojo si podéis conseguirla. Mejoraréis además vuestro inglés, lo cual no es desdeñable.




domingo, 5 de mayo de 2013

Me hallará la muerte

Como en otras ocasiones, me vi obligado a un nuevo experimento tras revisar la cada vez más árida revista del Círculo de Lectores. Por árida, me refiero a carente de esos libracos que a mí tanto me gustan y que son, podríamos decir, literatura de género....

Digo que tuve que lanzarme a la aventura y, tras estudio detallado de las sinopsis argumentales, me agencié el último libro de Juan Manuel de Prada, Me hallará la muerte



A de Prada apenas lo conozco más allá de su presencia en tertulias radiofónicas (Julia en la Onda, de la que ha desaparecido hace algún tiempo) o televisivas (en TeleMadrid, que también ha desaparecido pero del todo). Sé además que publica en XL Semanal, el dominical del ABC (y de El Comercio de Gijón), pero porque es vecino de página de Arturo Pérez-Reverte. Creo que nunca he leído un artículo suyo. Y menos, un libro. 

Pero la historia parecía bastante interesante: Antonio Expósito, descuidero en el Madrid de la posguerra, se ve envuelto en un asunto turbio y decide alistarse en la División Azul y partir para el frente ruso. Allí coincide con un tal Gabriel Mendoza, en sus antípodas ideológicas, con el que comparte un asombroso parecido físico (más o menos como el primo Michael Connelly y yo). Tras la muerte de éste y su liberación allá por 1954, se hace dueño de una vida que no es la suya.

De mano me encontré con una prosa rica, mucho más de lo que yo estoy acostumbrado. Tanto que, confieso sin rubor, hay un número no despreciable de palabras que no había oído ni leído nunca. Pero, lejos de darle un tono rimbombante a la historia, como muchos escritorzuelos de medio pelo se sentirían tentados a hacer para demostrar lo bien que escriben y lo vasto de su vocabulario (sí, querido Artur Balder, pienso en ti cuando escribo estas líneas), el texto fluye sin más problemas que algún momento de ansia pasajero. Entiendo además que mucho del vocabulario que no entiendo es propio de la época que refleja, así que afirmo también sin rubor que no hice ningún viaje al diccionario. Vamos, que se entiende más o menos bien. 

Luego, la historia es tan interesante como prometía. Somos testigos de la transformación de Antonio Expósito, descuidero de medio pelo al principio, y su bajada a los infiernos morales, a donde no dudará en arrastrar a aquellos que le rodean pensando que es Gabriel Mendoza. El lector pasa de tenerle algo más que simpatía a odiarle profundamente, para luego volver a considerarle dentro del género humano.

Los secundarios, empezando por el propio Mendoza, están bien construidos y forman una cartelera de personajes rica y cuidada. 

Y el final, sorprendente, como un destello, que coge a uno con el pie cambiado y deja con la sensación de lo más agridulce. Pero que si uno mira un poco el conjunto de la novela, tampoco se puede decir que sea extraño.

Hasta aquí bien. 

Lo peor quizá sea que hay un tono maniqueísta no del todo controlado en la historia. Los divisionarios son jóvenes que, aunque no todos estén en Rusia por los mismos motivos o ideales, son en su inmensa mayoría españoles de honor. Mientras que los comunistas, españoles, rusos o franceses, son un dechado de mala uva, de poco fiarse y poco menos que demonios a los que les falta la cola y los cuernos. 

Vamos, que a de Prada parece que se le ve bastante el plumero. Y a veces la cosa chirría un poco con el tono de la historia. 

Bueno, ¿qué se le va a hacer? Nadie es perfecto, pero este asunto desluce un poco el resultado final. Cuánto lo desluce supongo que dependerá de cada lector. En mi caso prefiero quedarme con las cosas buenas, que no son pocas, aunque soy de los que piensa que el autor debe intentar no traslucir su ideología en su obra, más allá de lo que resulte verosímil para la historia que está contando. 

Recomendaría su lectura, aunque con prevención para aquellos que, bien porque ideológicamente no se vayan a encontrar a gusto, porque el tema no les resulte interesante, o porque tengan prevención respecto al autor, consideren que la cosa no va con ellos.

Por mi parte, considero que el conjunto merece un buen siete.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Snooker

Vamos a cambiar hoy un poco de tercio, que me he dado cuenta que desde hace bastante tiempo no hablo más que de pelis y libros...

Durante unos cuantos años antes de irme a Madrid a trabajar, viviendo todavía en casa de mis padres, tuvimos tele por cable. Como en Gijón lo que sobra es la imaginación, la empresa se llamaba (se llama) Telecable.

Entre maravillas como Discovery Channel, Canal Historia, TCM y algún otro, pude disfrutar de Eurosport, la cadena de deportes, y acercarme a prácticas minoritarias en España como este snooker. Este es un tipo de billar muy popular principalmente en paises anglosajones.

Se juega en una mesa algo mayor que la del billar americano (el pool) y, además de la bola blanca, tiene quince bolas rojas y varias bolas de otros colores. Cada bola roja vale un punto. Las demás tienen valores que dependen de su color. Así, la amarilla vale dos puntos, la verde vale tres puntos, la marrón vale cuatro puntos, la azul vale cinco puntos, la rosa vale seis puntos y la negra vale siete puntos.

Mesa de snooker y bolas en posición de partida


Los dos jugadores, por turno, tienen que intentar meter el mayor número de bolas posible en las troneras, pero siguiendo un orden. Primero se debe meter una bola roja, para luego meter una bola de color, que luego se devuelve a su posición de partida. Si se consigue, una nueva bola roja seguida de otra de color y así sucesivamente. En el momento en que se han embocado todas las bolas rojas, el jugador debe embocar las bolas de color en orden ascendente de puntuación. En caso de fallo, el turno pasa al contrincante. 

Se denomina break el turno de un jugador. Si hacemos las cuentas, veremos que el máximo valor de un break es de 147 puntos (meter, sin fallo, las quince bolas rojas acompañadas de quince embocadas de la bola negra, más luego las seis bolas de color en orden ascendente). 



El frame es cada uno de los juegos en que se divide la partida. Es, realmente, el vaciado de la mesa de las bolas iniciales. La partida la gana el jugador que gana primero el número de frames pactados previamente.

Los jugadores de snooker son profesionales que participan en diversos torneos que les reportan pingües beneficios. Lo normal es que los jugadores con un ranking alto acumulan ganancias en sus carreras del orden de varios millones de libras esterlinas. Eso sin contar los ingresos por publicidad.

El juego en sí es bastante divertido de ver. Los grandes jugadores tienen un juego fluido, al que añaden ciertas dosis de estrategia para ir embocando bolas rojas en un orden que les permita alargar su break. A estos niveles, breaks por encima de los cien puntos son habituales, así que el contrario se encuentra sentadito en su silla, girando el taco de billar, mientras rumia por dentro que un rayo parta al otro...

También es cierto que la inmensa mayoría de las embocadas las consiguen mediante golpes directos, o sea, que la blanca golpea la bola deseada, que se dirige directamente a la tronera mientras la blanca se coloca en posición de atacar a la siguiente bola. Y también es cierto que en el momento en que la cosa se complica un poco, digamos que haciendo necesario que la blanca pegue primero en una banda para luego golpear la bola objetivo, lo más normal es que estas figuras fallen más de lo que sería deseable. Es esta una de las críticas que estos jugadores sobrellevan como un estigma, dirigidas por jugadores de billar serio. Pero claro, cuando ganas varios millones de libras esterlinas, estas cosas te las suelen traer al pairo.

He visto jugar a monstruos como Stephen Hendry, quizá el más grande que ha habido, o Ronnie O´Sullivan y su ceja como una autopista, como la de los hermanos Gallagher. También a verdaderas pesadillas para el espectador, como el lentísimo Peter Ebdon (tardaba tanto en realizar las jugadas que estabas deseando que fallara para olvidar ese suplicio). Pero a mí el que me gustaba de verdad era Tony Drago, jugador maltés que ha ganado más bien poco pero que era superespectacular y rapidísimo en su juego (ha consegido el puntaje máximo más rápido de la historia, en poco más de tres minutos y medio - recordemos, para meter 36 bolas).

Si algún día tengo la posibilidad, remota por lo que estoy viendo, de permitirme una casa de campo de cierto tamaño, me gustaría que mi sala de juegos contara con una mesa de snooker.