sábado, 31 de enero de 2015

La industrialización del horror

Hace bastante tiempo que no publico una entrada haciendo referencia a algún hecho histórico concreto. Probablemente hubiera tardado más de no haberme dado cuenta de que hace unos pocos días se cumplieron 70 años de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz por parte del Ejército Rojo. 

Mucho se ha escrito sobre lo que se ha dado en llamar Holocausto. Hay incluso negacionistas, lo cual me revuelve las tripas. Hoy no me apetece hablar de esto, sino que lanzaré unas preguntas al aire. Preguntas que resuenan con un eco en los barracones vacíos. 

La primera que se me viene a la cabeza cuando pienso en estas cosas es que cómo personas razonablemente cultas, racionales y lógicas, se reúnen en una casa en Wannsee y diseñan un plan de exterminio de millones de personas. Quizá sea porque eran fanáticos y esa misma racionalidad les proporcionaba una frialdad ante el sufrimiento ajeno. Quizá sea porque eran, simple y llanamente, sociópatas, incapaces de empatizar con sus prójimos. Quizá porque años de aleccionamiento hicieron que dejaran de ver a millones de personas como sus prójimos. Demasiados quizás, creo yo. 

El trabajo libera, o el cinismo más repugnante


La segunda es que cómo aquellos que recibían las órdenes de sus superiores las cumplían con, en ocasiones, tanta alegría como parece si leemos los relatos de los supervivientes. ¿Miedo a represalias? Todos sabemos que la fuerza del grupo es capaz de anular las individualidades o, mejor dicho, cómo personas de carácter débil se ven arrastrados por la marea, bien del grupo o bien de un líder carismático como, pásmense, era Adolf Hitler. O quizá lo hacían porque, simplemente, les gustaba. Sádicos con uniforme que daban rienda suelta a sus instintos. 

Las historias de los campos de concentración son historias de miseria. Hay, cómo no, alguna deslumbrante luz perteneciente a personas excepcionales que, aún en esas condiciones, brillaban como un faro. Aún y así, no compensan el horror. 

Mucho se ha escrito sobre el por qué una nación entera se convirtió en cómplice de una pandilla de malhechores. Por qué la barbarie se adueño de todas las clases sociales, de todo tipo de profesionales y se hizo bien visible en todos los órdenes de la vida. Por qué continuaron siguiendo a la misma pandilla de locos aún cuando todo estaba perdido. Por qué continuaban enviando a sus hijos, cada vez más jóvenes, al matadero. 

¿Es suficiente la humillación de Versalles, las desorbitadas indemnizaciones de guerra, el clima político de salvajismo extremo, suficiente para transformar a una sociedad entera? No lo sé. Quizá sí, o quizá no. Es cierto que, en vida de Hindenburg, Hitler no osó dar un paso más allá de las palabras. Lo que me lleva a otra reflexión: cómo un ciudadano normal es capaz de votar a semejante monstruo, aún cuando no ocultaba demasiado las líneas maestras de su pensamiento enfermo. 

La Primera Guerra Mundial llama la atención por el brutal coste en vidas humanas y por ser la muestra de lo que puede ser la guerra total y la inventiva humana puesta al servicio de la destrucción. Aún cuando las cifras y las descripciones ponen la carne de gallina, la Primera Guerra Mundial no puede competir con la puesta en práctica de la solución final. Si aquella fue la industrialización de la guerra, esta es la industrialización del horror. 

Y, además, algo así sucedió en la culta y vieja Europa, y no en cualquier rincón perdido del planeta. Nombres como Sobibor, Dachau, Treblinka, resuenan en lo más oscuro de nuestra memoria histórica, pero todos palidecen ante Auschwitz, en lo más alto de un imaginario podio del horror.

Aún hoy, la foto estremece a pesar de su aparente paz.
Jugamos con ventaja: nosotros sabemos qué había al final de las vías


Decía Hobbes en su Leviatán (afortunadamente estudié EGB y BUP): el hombre es un lobo para el hombre. Homo homini lupus, que decían los clásicos. Una gran verdad, si nos paramos a pensarlo.

Dicen que visitar Auschwitz marca para siempre. No sé si alguna vez tendré la ocasión de hacerlo, pero seguro que sería un eterno recordatorio de que, en lo más profundo de cada uno de nosotros habita un monstruo dispuesto a salir a la superficie cuando se den las circunstancias apropiadas.

domingo, 25 de enero de 2015

Resumen de 2014

Como ya estamos bien entrados en el año, sigamos con una costumbre muy sana: echar la vista atrás y recordar qué hemos leido en los pasados 365 días del año 2014. 

En cifras, el resumen del año indica que hemos llegado a más de doce mil quinientas páginas y veintiséis libros. Como siempre, no incluyo revistas (principalmente de historia), libros de rol, tebeos u otros. 

En cuanto a la temática, ha habodo detodo, como en botica. Aunque este año lo que he hecho ha sido cerrar series que tenía a medias. Así, he finiquitado todos los libros que he podido conseguir de Bernie Gunther (Berlin Noir, de Philip Kerr); también, después de muchos años, doy por terminada la saga de Coleen McCullogh, Favoritos de la fortuna; y tras algún tiempo de vacilación, me decidi a finiquitar La rueda del tiempo, de Robert Jordan y continuada por Brandon Sanderson tras la muerte de aquel.

Ha sido también un año de reencuentros (la trilogía original de la Fundación, de Asimov; Frederick Forsyth) y descubrimientos (Ilión, de Dan Simmons, aún pendiente de leer su continuación, Olimpo). En cambio, mi fiel Pratchett apenas ha aparecido por mi mesilla de noche. Algo normal si consideramos que el ritmo de publicaciones en castellano ha sido tal que casi ha alcanzado al material publicado en la lengua de Shakespeare. 

Tengo que poner en mi debe (nunca en el del autor), no haber conectado con los cuentos de Borges. Ya lo dije en su día, creo que la alta literatura no es para mí. En cambio, la incursión en el género negro más tradicional (El agente de la Continental, de Hammett) parece más prometedor. 

Este año me propongo avanzar en la serie de fantasía La compañía negra, de Glenn Cook. Hace unos cuantos años leí el primero y, aunque no fue para tirar cohetes, sí lo fue como para merecerse una continuación en la lectura. 

Intentaré además volver a la estrategia de 2013: libros de mediano tamaño, entre trescientas y cuatrocientas páginas, en lugar de megatochos de dos kilos para los que necesito dedicar un mes a terminarlos. 

¡Hay tantos libros y tan poco tiempo!

jueves, 22 de enero de 2015

Los cuerpos extraños

Los cuerpos extraños es la nueva entrega de la serie de Lorenzo Silva protagonizada por el brigada Bevilacqua y la sargento Chamorro, de la Guardia Civil.

En esta ocasión es el asesinato de una alcaldesa de cierto municipio del Levante español el que desencadena los acontecimientos. El cuerpo aparece en una playa, con indicios de que se trata de un ajuste de cuentas. 




Como en las otras entregas, el caso se irá complicando: la alcaldesa tiene una vida movidita; aparecen amantes de ambos sexos; un pelotazo urbanístico se perfila por el horizonte; crimen organizado... y por todos estos vericuetos deben deambular nuestros protagonistas intentando desentrañar el hilo del misterio y sin pisar muchos callos, haciendo juegos malabares para no importunar a ninguno de los mandos del Cuerpo que, con razón o sin ella, intentan sacar tajada del buen trabajo de Vila mientras intentan también evitar el conflicto con los agentes locales, que también quieren lo suyo.

Me ha gustado tanto la trama como el modo en que progresa y se va complicando, aunque como ocurre con las demás entregas, esta tampoco es un whodunit que ponga a prueba al lector, sino que más bien vamos viendo cómo los profesionales se ocupan del asunto. He de decir, no obstante, que en esta ocasión me ha sorprendido el cerebro que se ocultaba detrás de los hechos. 

En el lado negativo pondría la propia trama del Cuerpo. No sé, como que me ha cansado un poco por lo similar con otras entregas y lo previsible, aunque tampoco está mal estar en la cabeza de Vila, personaje peculiar donde los haya. 

Y, aunque no es habitual en las novelas de Silva que haya momentos violentos que hagan temer por la vida de nuestros sufridos funcionarios verde oliva, no acaba de convencerme la narración en primera persona. 

Silva construye una correcta trama partiendo de la triste y ya habitual situación de corrupción en España en general y en algunas zonas en particular. Tiene el acierto, eso sí, de que el nombre del lugar no se menciona nunca ni se dan pistas que permitan adivinar dónde nos encontramos. Tampoco se menciona el partido político al que pertenece la víctima, pero aquí sí que podríamos adivinar que su logo es una gaviota...

Un seis alto para Silva

domingo, 11 de enero de 2015

Je suis Charlie, con matices

La jornada siguiente al Día de Reyes suelo tomar vacaciones para poder recuperarme del frenesí del día anterior y jugar un poco con la peque y lo que hayamos tenido en suerte que nos cayera. Pero el siete de enero de este año fue uno de esos días que se te quedará en la memoria durante mucho, muchísimo tiempo. El 7-E. 



Como, por diferentes motivos, lo fueron el 23-F, el 11-S, el 11-M. Días de los que no solo te acordarás muchos años después, sino de lo que fuera que estuvieras haciendo en aquella fecha. 

Todos sabemos lo que sucedió en París, pero creo que estamos lejos de llegar a una solución y que lamentablemente no será la última noticia similar que veamos. 

El islam, como religión, debe ser tan respetada y respetable como cualquiera. Pero cuando sus radicales quieren imponer su forma de ver las cosas a los demás, sin importar raza, credo o nacionalidad, el problema es de todos y se convierte en político.

La forma de ver las cosas es tan diferente de la occidental en general y, en particular, de nuestra amada, vieja y acomplejada Europa, que la solución se antoja complicada. Nos enfrentamos a algo que hace mucho desterramos, ya que las guerras de religión se acabaron en el siglo XVII, para ser sustituidas por las más "lógicas" guerras de los estados-nación. 

Pero el islam está viviendo aún en su propia Edad Media, con una más que aparente evolución de su radicalidad. Lejos de aparecer un Martín Lutero que lidere una Reforma, lo que aparecen son iluminados que llaman a la guerra santa contra el infiel. Y utilizan medios a los que no estamos acostumbrados a combatir.

Y lo que es más, estos sucesos ponen de manifiesto el fracaso de las políticas de integración social en Occidente. Porque no olvidemos que los terroristas eran franceses, hijos de emigrantes, atentando no solo contra compatriotas sino contra correligionarios, en una muestra del fanatismo más visceral y retrógrado. Es algo, como digo, que tiene difícil solución.

Digo yo que es correcto apoyar a Charlie Hebdo, pero digo también que la libertad de expresión debe ejercerse con responsabilidad. Por eso aplaudo lo que hace unos años hizo nuestro El Jueves: cuando la polémica de las caricaturas danesas estaba en su apogeo, se pusieron a trabajar en una portada satírica de apoyo, hasta que se les ocurrió pensar que, a causa de su portado podría morir gente. Lo que quiero decir es que tampoco vale todo y que, si bien tenemos derecho a expresarnos libremente, cuando lo que decimos puede llevar consecuencias a terceros, debemos pensar muy bien lo que hacemos y ser consecuentes con estas decisiones.


lunes, 5 de enero de 2015

El juguete más bonito del mundo

Hoy es víspera de Reyes, noche de ilusión para los más pequeños. Y para los mayores que tengan la suerte de convivir con ellos, porque la ilusión es contagiosa. Mi pequeña lleva unos días de nerviosismo, pero ¡bendito sea!, porque la cara que tiene es para verla... Tiemblo ante la llegada del día en que tenga que contarle la verdad, porque también muere una parte de la inocencia de un niño.

Me voy por las ramas, así que trataré de centrar el tema.

Yo también fui niño aunque cualquiera lo diría, viéndome ahora. Y también tuve la ilusión que veo ahora en los ojos de mi niña. Cada año pedía clicks de playmobil y cada año venían, ordenaditos en sus cajas, con su equipamiento, listos para vivir las aventuras que mi imaginación tenía preparadas para ellos. 

Tuve una patrullera, con motor y todo, zodiac, radar... lo justo para navegar por las aguas del Estrecho, en busca de traficantes de tabaco y drogas. 

Tuve el fuerte Randall, con su puesto de mando y su torre de vigilancia y un pequeño destacamento con un cañón para la defensa. 

Tuve una compañía de lansquenetes, piqueros durante las guerras de religión del siglo XVIII. 

Pero el juguete que recuerdo con más cariño llegó el día de Reyes de 1981. ¿Por qué recuerdo la fecha con tanta claridad? Pues porque me pasé todas las vacaciones en cama, víctima de una neumonía. Desde antes de Nochebuena, que ya pasé de esa guisa, hasta justo el día de Reyes en que me dejaron levantarme por primera vez. 

Recuerdo la caja grande en la que venía. El barco pirata. Recuerdo además que en la carta puse, expresamente, que el barco tenía que venir con marineros, no fuera que me llegara un barco fantasma y a ver cómo iba a navegar entonces. 



Recuerdo que lo montó mi hermano, y que le llevó su tiempo: mástiles, velas, jarcias, cofa, castillo de popa, bauprés, ancla y dos cañones. Una trampilla en el centro para bajar a la bodega, un montacargas, un cofre del tesoro, un mapa y cinco marineros, uno de ellos negro (el primer click negro que había visto en mi vida). Y una chalupa, por si las cosas iban mal dadas y había que abandonar el barco, o acercarse a la costa sin ser detectado. ¡Y dos banderas! Una de ellas la de las tibias y la calavera, pero la otra... la otra era para navegar desapercibido y, solo cuando la presa se encontrara cerca, arriarla e izar la de verdad, la pirata.

Y flotaba. Tenía una barra metálica que hacía de lastre y le daba estabilidad. Las pruebas de navegación en bañera fueron positivas.

Aquel barco duró años, y aun desarbolado y falto de aparejos era una de las localizaciones recurrentes de mis aventuras. Con el nombre pintado a mano con rotulador indeleble: Juan Sebastián Elcano. 



No sé qué fue de él. Estuvo mucho tiempo guardado en un armario empotrado que tenían mis padres a guisa de trastero. Supongo que acabaría en la basura, pero todavía hoy me da la nostalgia y recuerdo las tardes de fin de semana que pasaba con mi vecino Pedro, que tenía otro barco pirata, este el Revenge, y con el que jugaba a ser El Corsario Negro. 

Todavía hoy me quedo parado delante de la caja del nuevo barco pirata y me dan ganas de comprarlo, montarlo y ponerlo en un sitio preferente en mi casa. Quién sabe, quizá acabe haciéndolo algún día.