martes, 8 de diciembre de 2015

El día de los trífidos

El día de los trífidos comienza con Bill Masen tumbado en una cama de hospital, con los ojos vendados. Una pena, porque se ha perdido el paso de la Tierra por la cola de un cometa que ha llenado el cielo de un espectáculo de luces verdes que ha durado hasta bien entrada la noche. 

Quizá su suerte no fue tan mala, pues Masen es uno de los pocos que aún conservan la vista en Londres. Tras quitarse los vendajes es testigo de un espectáculo dantesco, con cientos de personas súbitamente ciegas e indefensas tratando de entender qué les ha pasado. Muchos no lo entienden y acaban suicidándose.

Masen, además del protagonista, es el nexo que une al lector con los trífidos, extrañas plantas que se mueven casi como personas y que no está muy claro de dónde han salido apenas unos años antes aunque se apunta a los soviéticos como sus creadores. Los trífidos resultan ser un negocio y hay grandes plantaciones repartidas por todo el mundo, incluso en jardines particulares. Pronto se constata que son cazadores: tienen un gancho en el extremo de un tallo extensible que inocula un potente veneno con el que cazan a las presas que luego digerirán, una vez comiencen a descomponerse. 


El trífido nace, crece, se reproduce y muere

Sin embargo, los trífidos no son los protagonistas de la historia, a pesar del título. Son los elementos que utiliza el autor para mantener la tensión en muchos momentos de la trama, aunque ésta hubiera funcionado perfectamente sin ellos.

El verdadero protagonista de la novela es el ser humano y su capacidad de adaptación ante las catástrofes. No hay buenos ni malos, solo personas que buscan sobrevivir. Personas capaces de ver que buscan ayudar a aquellos que no pueden. Personas ciegas que llevan a videntes atados con correas y les obligan a alimentarlos y cuidarlos. Grupos que se organizan para salir de Londres y buscar un nuevo lugar para vivir. Parásitos que buscan aprovecharse del trabajo de los demás... Historias cotidianas, todas ellas, para las que los trífidos no son apenas más que un ingrediente secundario. 

En medio de todo, la historia de amor de Bill Masen y Josella Peyton y la supervivencia del ser humano como especie dominante en el planeta.

El día de los trífidos es también hija de su tiempo. Escrita en el año 1951, el miedo a los soviéticos estaba en su punto álgido. No se duda en señalarles como los causantes de las calamidades que se producen. Supongo que era algo habitual por aquel entonces en la ciencia ficción, un género consumido por las clases populares y que, de forma natural, utilizaba sus temores para acercarse más al lector medio.

Una novela que entretiene, sin más, pero que tampoco es para echar cohetes. Un seis, para los malvados trífidos.

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