viernes, 28 de octubre de 2016

El amanecer del planeta de los simios

Siguiendo la tónica de revisitaciones de clásicos y de franquicias alargadas hasta el infinito, me encontré con El amanecer del planeta de los simios. La segunda película de César, después de la prometedora El origen del planeta de los simios, que proporcionaba un inicio creíble a una historia de un mundo en el que los simiosson como humanos y los humanos como los simios. 



 En El amanecer del planeta de los simios César ha guiado a su pueblo hasta un bosque, no demasiado lejos de la ciudad, en el que aspiran a vivir en paz y crear una sociedad propia. Por su parte, los supervivientes humanos se hacinan en los escombros de la ciudad, buscando las migajas tecnológicas que les permitan sobrevivir. 

Por eso llegan a chocar los dos grupos: los humanos buscan acceder a una central hidroeléctrica que les garantizará el suministro de energía a la ciudad y la supervivencia a largo plazo. El choque no deja de seguir las directrices de otros muchos ya vistos en la gran pantalla: desconfianza mutua, personajes malencarados, los líderes de ambos grupos se admiran mutuamente, pero hay elementos descontrolados que, literalmente, dinamitan un posible entendimiento y provocan un enfrentamiento a gran escala.

Nada nuevo bajo el sol. Recuerda demasiado a las pelis del oeste, con ese eterno conflicto racial de indios y vaqueros, lo antiguo y lo moderno. 



Esta segunda parte no llega al nivel de la primera, ni mucho menos. Ni los personajes son creíbles ni la historia engancha demasiado. Si unimos que las interpretaciones de los actores que encarnan a los simios ya no sorprenden a pesar de su grado de realismo, quedan pocos alicientes para darle una nota alta a la película. 

Y ya no solo eso: no sé qué alicientes quedan para una posible tercera parte. Vale que solo El Imperio Contraataca supera al original, o sea, que es normal que una segunda parte esté más cerca del truño que la primera parte, pero... no hay demasiados motivos para el optimismo. 

Un aprobado, y va que chuta.

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